Damián
La lluvia de ónix había sido una de las peores cosas que había visto en mi vida. Caía en diversos tamaños y se incrustaba en mi piel, hiriéndome, quemando como fuego. Eran miles de cortes, y cada uno ardía como si me desgarrara por dentro.
—¡Dame el control, ahora! —me había dicho Ronan, y no tuve más opción.
En mi forma de lobo corrí con toda la fuerza que tenía, ayudando a las pocas personas que aún quedaban a la intemperie a huir. Muchos cayeron. Podía sentir cómo mi manada se desmoronaba.
—¡Tras él, tras él! —gritaban los hombres de Ricardo, disparando sin cesar.
Y por primera vez en mi vida, huí.
Mi tío Rogelio solía decir que había que aprender a perder tanto como a ganar, que las derrotas también enseñan y que no todas las batallas pueden ganarse. Tenía razón, pero aún así dolía.
—No huiremos para siempre. Sombras de la Noche no será de Ricardo. Tenemos que buscar a Nora, volver a la ciudad y planear un contraataque. Necesitamos tiempo —insistía Ronan.
Pero cuando llegam