—Podríamos irnos de paseo —le sugirió Irum a Libi entre su segunda y tercera alarma.
Alejarse de la ciudad y los traidores que en ella pululaban lo ayudaría a aclarar sus pensamientos.
—Es una buena idea —convino ella, todavía un poco adormilada.
—Podríamos ir a Francia o a Italia, países con ciudades que destacan en el mundo del arte.
—Sí, es una bue... ¡¿Qué?! ¡¿Francia o Italia?! —preguntó con los ojos bien abiertos.
Se le había espantado todo el sueño de la sorpresa.
—Si quieres ir a ambos no hay problema.
—¡Pero eso no sería un paseo! Paseo es ir al parque o a la playa, algo que tome unas horas o a lo mucho un fin de semana, no ir a otro país.
—Para mí sí lo es. Además, los países europeos son tan pequeños que una vez allá, ir a otro es como ir al parque o a la playa.
—No puedo, Irum. Tengo clases y un trabajo.
—Puedes decir que estás enferma. Buscaremos algún médico de ética cuestionable que nos extienda una licencia.
Libi lo miró con horror. Con qué liviandad hablaba él de asu