—Nunca sentí un dolor tan intenso, lo máximo que me había quebrado antes habían sido un par de uñas.
Pasado el mediodía, Libi por fin pudo ver a Marcelo y saber de su estado. Él sonreía, pese a la horrorosa situación que lo había llevado hasta allí.
—Lo lamento, Marcelo —le decía Libi, con los ojos llorosos y sin soltarle la mano.
—¿Por qué, bella? ¿Qué podrías haber hecho? Tu deber era proteger a la bambina.
—Sí, pero...
—Nos hizo falta tu martillo.
Incluso herido como estaba él tenía energías para bromear. Si ella hubiera tenido su martillo, tal vez el ladrón ahora estaría muerto. Y Espi la habría visto matándolo.
—¿Y la bambina?
—No dejan entrar niños, está afuera... con Irum.
—Ya veo. ¿Tú lo llamaste?
Libi negó y se acercó más a Marcelo. Empezó a susurrar, mirando de vez en cuando hacia la puerta.
—Él llegó solo y nos encontró aquí en el hospital. Dijo que rastreó mi teléfono.
—Eso es un tanto... excéntrico. ¿Está molesto porque saliste conmigo?
—No me ha reclamad