El silencio en el estudio de Xander era una cosa tensa y viva. El único sonido era el suave zumbido de los servidores y el casi imperceptible clic de mis propias uñas contra la pantalla de mi celular. El mensaje había sido enviado, una bengala disparada en la oscuridad, y ahora solo quedaba esperar la respuesta del depredador que creía estar acechando a su presa.
Xander no volvió a su teclado. Se quedó de pie a mi lado, su presencia era una muralla de calma y poder contenido. Su mano encontró la mía sobre la mesa, sus dedos entrelazándose con los míos en un gesto que era a la vez posesivo y de apoyo. No era el agarre controlador de antes; era el de un soldado compartiendo trinchera con otro. Miramos fijamente mi teléfono, como si nuestra voluntad combinada pudiera forzar una respuesta.
Pasó un minuto, que se sintió como una hora. Luego, la pantalla se iluminó.
El corazón me dio un vuelco, pero mi rostro permaneció impasible. La respuesta de Adrian era exactamente la que habíamos previ