Me vestí con rapidez, el vestuario informal y funcional que Xander había sugerido. Estaba lista para entrar en la farsa, pero ahora sabía que, aunque las mentiras fueran necesarias, no lo estaba haciendo por mí. Estaba haciendo todo esto por mi hijo. El miedo que sentía por lo que estaba a punto de hacer se disolvió, momentáneamente, en la sensación de protección que, irónicamente, Xander me había dado al poner esas palabras en el aire: nuestro hijo.
La puerta se abrió y Xander entró, con su mirada tan afilada y fija como siempre. Sin palabras, sólo un gesto firme que me indicó que ya estábamos listos.
—Vamos —dijo con una calma implacable. Pero en su mirada había algo más: un reflejo de ese mismo miedo que sentí al mirarlo, de esa sensación cruda y salvaje que no podíamos apartar. Había dos caminos, y ninguno de ellos nos llevaría sin consecuencias. Pero sabíamos que ya no había retorno.
Dejé que la tensión se instalara, respiré profundo, y tomé su mano. No necesitaba más que eso en e