Hanna Sinclair
Llegué cansada a mi casa, recién nos habíamos mudado a Nueva York pues acepté el puesto de médico a tiempo completo en el hospital general y así poder darle un mejor porvenir a mi pequeño dulce de tiramisú.
-¡Mami!- me encantaba escuchar esa palabra salir de su pequeña boquita. El sentimiento que emanaba de su vocecita era capaz de hacerme olvidar todo lo malo que había pasado los últimos años.
-Ven a darme uno de eso besos tuyos que tanto me gustan.
Mi Hanna había sido lo mejor que me dio la vida y no tendría la forma de pagarle nunca al destino el haber decidido traerla a este mundo...
-Hola doctora.
-Hola Mary ¿Cómo se portó esta pequeñita?
-Muy bien, doctora. Ella no da ningún problema. Ya está bañada y cenó.
-Gracias. Eso nos deja entonces la hora de dormir y...
-¡Cuento!- exclamó contenta mi pequeña y yo asentí.
-Pues nos vemos mañana doctora.
-Gracias por todo, nuevamente Mary.
-Descansen y mañana a las siete como siempre.
-Por favor y disculpa por de