Epílogo

—Hanna Cicarelli Sinclair —

—No aguanto mis pies.— reclama Mel, lanzándose al sofá que está dispuesto en la sala de la casa de los abuelos.

—Deja de quejarte Mel, no llevas ni cinco minutos con esos tacones, además no entiendo para qué te los pusiste si podías venir de lo más cómoda con zapatillas, como yo.

—Antes muerta, que sencilla mujer. Además, son mis hermanos los que se casan hoy.

—Entonces no reclames, vieja refunfuñona.

—¿Qué les pasa a mis chicas favoritas?

—Nada que le pueda importar a un artista como tú, hermanito.

—No le hagas caso, Cam. Ésta loca se queja por todo y por todos, ya la conoces.

—Los zapatos ¿no?— Mel revira los ojos y nos mira feo. Sí, esa es mi adorada mejor amiga y la amo tal y cómo es.

—¿Y tú qué haces aquí musculitos?— y es ahí que reparo en que está Adrien Powel, el némesis de mi amiga junto a su hermano.

—Hola chicas, yo…

—Yo lo invité, hermanita ¿Algún problema?

—Déjalo hablar a él, tiene voz. Cerebro no lo sé, pero si debe saber hablar.

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