Cuando por fin llegamos al comedor, todos ya estaban allí. La mesa estaba iluminada suavemente por las lámparas que colgaban del techo, y el aroma de la comida recién servida llenaba la habitación. Había algo reconfortante en la rutina de esa cena compartida, aunque yo no terminaba de sentirme completamente parte de ella.
Edrik se adelantó unos pasos y, sin decir una palabra, me abrió la silla. Su gesto fue natural, casi casual. Me senté y murmuré un “gracias” casi inaudible. Nos acomodamos alrededor de la larga mesa, y la conversación entre mis hermanastros fluyó con la familiaridad de quienes han compartido muchas cenas juntos. "¿Otra vez te acabaste el pudín antes de que llegáramos?" le preguntó Kael a Rowan, entrecerrando los ojos. Rowan alzó ambas manos como si se defendiera en juicio. "No tengo pruebas, pero tampoco remordimientos. El pudín se come recién hecho."