EMILIA
La cena había sido mágica. No por la comida, que era una mezcla improvisada entre pasta recalentada y una botella de vino tinto que Brandon sacó con aire solemne, como si fuera un tesoro escondido. Si no por la conversación, por las risas, por las miradas que se sostenían más de la cuenta.
Estábamos sentados en el comedor, donde alguna vez planeamos nuestras primeras vacaciones juntos, riéndonos de nuestras historias de infancia. Él me contó cómo una vez se escapó del internado para ver una película de acción, y yo le confesé que una vez fingí estar enferma solo para terminar de escribir un cuento que me tenía obsesionada.
— Entonces, desde niña, eras una mentirosa adorable —. Bromeó él, tomando mi mano sobre la mesa.
— Y tú, un fugitivo con corbata —. Reímos juntos.
Se sentía bien. Era una intimidad cálida que nunca había experimentado con él.
Seguimos conversando con media botella de vino encima. Aún no decidíamos si dormiríamos en habitaciones separadas. A mí todavía me daba