EMILIA
Mi cabeza no daba para entender que alguien más, aparte de Brandon, Tony, y Leo, sabía de mi secreto de ser Bishop Moon y que, encima de todo, que lo dijera en voz alta. Si Adama me estaba amenazando con esto, significaba que había otra amenaza de por medio.
— Si no quieres que el mundo se entere de quién eres en realidad, si no quieres que sepan que tú eres Bishop Moon —, gruñó Adam, con la mandíbula apretada y la voz temblando de rabia contenida—, entonces será mejor que empieces por arrodillarte ante mí.
Las palabras quedaron flotando en el aire como puñales lanzados al vacío. Sentí cómo el tiempo se detenía, cómo las paredes parecían cerrarse sobre nosotros, como si la oficina entera entendiera que ese era un punto sin retorno. Un antes y un después.
¿Qué clase de psicópata pensaba que eso era amor? ¿Amenazar y obligar para conseguir que la persona esté a tu lado?
Yo no parpadeé, tampoco respiré más rápido, ni siquiera protesté por la santa estupidez que me estaba diciend