EMILIA
Desperté envuelta en calor que abrazaba todo mi cuerpo. Abrí los ojos con cierto esfuerzo para ver que esa calidez era la de Brandon que me envolvía entre sus brazos.
No solo el de las sábanas ni el de la piel, sino ese otro calor, más profundo. El de sentirse a salvo.
La luz del amanecer se filtraba por las cortinas, pintando la habitación con tonos dorados. Me moví apenas un poco y su brazo se ajustó en mi cintura, posesivo incluso dormido. Su respiración rozó mi cuello, cálida, acompasada. Y por primera vez en años, sonreí al despertar.
Estaba en sus brazos. En la misma cama, y lo mejor de todo era que no sentía culpa, ni miedo por estar con él. Solo había una certeza silenciosa y era que a partir de ahora, esto iba a ser lo normal.
Me quedé unos minutos más en esa paz, observando cómo su pecho subía y bajaba, su barba incipiente rozando mi hombro, su mano descansando sobre mi vientre como si temiera que desapareciera.
— Buenos días, esposo —. Susurré, sonriendo sola. Le di