BRANDON
El día comenzó como la m****a, en pocas palabras, mal.
Desde el momento en que abrí los ojos, sentí la punzada familiar del vacío, esa presión en el pecho que aparecía cada vez que pensaba en ella. Emilia Ricci. La maldita dueña de mi paz, y mi perdición.
¿Por qué no podía pasar página con ella? ¿Por qué mis pensamientos estaban plagados de ella? Todo en mi cabeza era ella y no tenía idea de cómo parar.
No había dormido bien. Otra vez. Porque cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro. No el de hace meses, no el de la mujer sumisa y callada que caminaba a tres pasos detrás de mí. No. Veía a la nueva Emilia, la que no dudaría en trapear el piso conmigo.
La de labios rojos como un crimen a medianoche. La del vestido azul que abrazaba su cuerpo como si hubiera sido tallado en pecado. La que reía con ese par de imbéciles, como si no existiera dolor, como si su historia conmigo no hubiera sido más que un mal capítulo.
Una sonrisa así no debería doler. Pero dolía. Y jodidamente