Mis lindos lectores, el día de ayer me fue imposible actualizar ya que tengo otro trabajo y llegué casi de madrugada a mi casa. Tomamos la actualizaciones normales, y pendientes que próximamente se viene maratón ;)
EMILIAFue un golpe de impresión ver que Brandon se había mudado a mi antigua habitación y la había dejado intacta. Quería odiarlo, desconfiar de él, y que siguiera siendo el mismo hijo de pu**ta que me había ignorado por completo. Al menos de esa manera me sería más fácil dejarlo atrás. Pero desde que me había ido de su vida, él había estado haciendo todo lo posible por jalarme de vuelta a su lado. Lo peor de todo es que una parte de mí quería ceder, y otra estaba entrando en pánico porque no quería volver a ser una tonta que cae de nuevo en la misma cosa. Me quedé de pie en el umbral. Era mi habitación, pero no lo era. Era de él, pero tampoco lo era. Éramos nosotros, tal vez por última vez.— No te voy a tocar. . . A menos que quieras —. Estaba siendo cuidadoso y esa era una parte de él, de la cual siempre me había enamorado. Esas palabras me hicieron tragar saliva con tanta fuerza que sentí el nudo hasta la base del cuello. Brandon se acomodó entre las sábanas como si de verdad
BRANDON Había creído ingenuamente que nuestra casa, porque Emilia seguía siendo mi esposa, era un lugar seguro, pero me estaba equivocando. Tenía que aumentar la seguridad y definitivamente mantener vigilada a mi mujer, porque nadie me estaba sacando la idea de que ella ya no era más mía. El zumbido del teléfono me disparó las alarmas, porque ¿quién, maldita sea, manda un mensaje a las tres de la mañana?Emilia dormía a mi lado, con el rostro completamente relajado, ajena al puto infierno que estaba a punto de desatarse. Así la quería ver, libre de preocupaciones. Tal vez fue uno de los motivos por los cuales decidí llevar cinco años de matrimonio alejado de ella. Miré la pantalla de mi celular. DESCONOCIDO: Te lo advertí.Tragué saliva. Mi primer impulso fue maldecir en silencio, ignorar, fingir que era un mal sueño. Pero algo en mis tripas me gritaba que esto no era solo una amenaza vacía. Algo estaba a punto de romperse y no quería que Emilia sufriera las consecuencias. Me le
EMILIAFue un error dejar que me besara. Un error delicioso, ardiente, devastador. Así eran sus besos y yo ansiaba por sentirlos, por devorarlos, porque en cuanto sus labios tocaron los míos, mi cuerpo olvidó todas las razones por las que no debía ceder.Me estampó contra la pared con esa seguridad dominante que tanto odiaba y tanto deseaba. Sus manos, firmes en mi cintura, parecían tener memoria propia, como si recordaran cada centímetro de mi piel, cada temblor que me provocaba su toque. Su boca se movía con hambre. No era un beso tierno. Era una maldita declaración de poder.Y lo peor es que me sentí a salvo, ridículamente protegida por él.Como si, en medio del caos que me rodeaba, él fuera el único lugar donde podía bajar la guardia sin miedo a romperme.Su lengua acarició la mía, y el aire se volvió innecesario. Mis manos, las traidoras, se aferraron a su camisa. Tiré de ella, necesitaba sentirlo más cerca, como si pudiera fundirme en él y desaparecer.— Jo**der, Emilia —. Susur
EMILIATodavía sentía sus labios, el sabor, la forma en que su boca devoró la mía como si no existiera el mañana.Me dejaste ardiendo, Brandon.No solo el cuerpo sino también el alma y esas ganas por estar de nuevo con él. Me recargué contra la puerta, apenas cerró y puse una mano sobre mi pecho. Mi corazón no paraba de latir con fuerza. No bajaba la intensidad de la pasión que sentía por él. Estaba acelerado como si hubiera corrido maratones, como si todo mi sistema nervioso estuviera vibrando en una frecuencia que no sabía manejar.¿Y si vuelvo con él? ¿Y si no debo hacerlo? ¿Y si me rompo por segunda vez? Negué con la cabeza y caminé hacia la cocina. Necesitaba agua, aire, lógica. Y no tenía ninguna de las tres. Tenía que tomarlo con calma, analizarlo, pensarlo con cabeza fría y no después de que me hubiera besado de esta manera. El beso, su mirada, la forma en que me sostuvo como si aún le perteneciera, y lo peor de todo: cómo me sentí segura entre sus brazos. No amada, no cuidad
EMILIALa pregunta de Leonardo me tomó por sorpresa porque era verdad. Bishop Moon había nacido de mi necesidad por salir adelante sola, hacer lo que más me gusta con pasión, y de alguna manera vengarme de Brandon por el dolor al que me había expuesto.— No lo sé, Leo. No lo he pensado y antes de responder a esa pregunta, creo que hay mucho más de qué hablar —. Evadí la pregunta por el momento, pero sabía que las cosas no se iban a quedar ahí. — Bueno, si lo quieres hacer de esta manera, lo haremos, pero lo que tenemos que hablar va ligado a cierto hombre del que no quieres hablar. — Vamos a lo primero. Prometo que vamos a tener esa conversación —. Le sonreí a mi amigo. Con Leo cerca, el aire se sentía menos denso.La tensión bajó, y el miedo, aunque seguía acechando en algún rincón, parecía menos amenazante bajo la luz de la lámpara de escritorio y la familiaridad de su presencia.Estábamos sentados frente a la mesa, laptops abiertos, hojas impresas por todos lados. El contrato de
EMILIA (CINCO AÑOS DESPUÉS) Perdí cinco años de mi vida creyendo que el amor puede nacer del odio. Hoy vine a su habitación a devolverle su libertad, y yo reclamar la mía. Me paré frente a la puerta de su habitación con el folder abierto. Observé una última vez el papel que relucía en letras rojas: Acuerdo de divorcio. Tomé aire y pasé. — ¿Qué haces aquí? —Escuché su voz cruel retumbando en mis oídos. Avancé con paso firme, sin pestañear. Ya había tomado la decisión y no había marcha atrás. — Te traje un regalo —. Caminé con el corazón estrujado en la mano. Vi su cara de desprecio y eso fue suficiente para tomar valor y enfurecer. Le aventé la carpeta con los documentos a la cara, y el sonido del golpe seco, hizo eco en la habitación al caer los papeles de su regazo. — ¿Qué es esto? —Me miró confundido porque no estaba entendiendo nada. — Tu libertad —. Y la mía. Pensé en el fondo—. Como ves, tuve los malditos ovarios para firmar el acuerdo de divorcio. Fírmalo de una b
EMILIADesperté y lo primero que vi en el suelo fue el vestido blanco de novia que lucía como un cadáver de algún animal sobre el camino, que nadie quería levantar. Así era nuestro matrimonio. Con el estómago hecho nudos, como si algo me hubiera raspado por dentro toda la noche, y mis párpados pesados, pero no de sueño, sino de dignidad marchita, me levanté de la cama. La habitación olía a perfume rancio, alcohol y desilusión. Eso era lo que Brandon había traído hace unas horas, cuando llegó en plena madrugada a decirme que nuestro matrimonio solo era un maldito papel, sin sentimientos ni nada más de por medio. Y en el fondo, una certeza me ahogaba el pecho, pues no era una esposa. Era un adorno que envolvieron en un vestido blanco y que él ni siquiera quiso desempacar.Caminé descalza por el mármol helado, sintiendo cómo cada paso despertaba una punzada de rabia que me subía desde los pies hasta la garganta. Me quité el velo, recogí el vestido sin cuidado, y lo lancé al cesto de la
BRANDONOdiaba los lunes, pero odiaba más despertarme con el recuerdo de que tenía una esposa. Una que no había pedido y que ahora respiraba bajo mi mismo techo, caminaba por mis pasillos, ocupaba mis espacios.Una esposa con un maldito apellido que odiaba más que cualquier otra cosa. Ricci. Ahora portaba mi nombre y eso lo odiaba aún más. Aunque debo admitir que cuando vi en el certificado de matrimonio su nuevo nombre, sentí cierto alivio. Emilia Ricci de Moretti era la mujer que estaba evitando ver a toda costa. Durante los últimos meses llegaba a tarde a casa con la finalidad de no verla después de trabajar, incluso me levantaba más temprano de lo usual para no encontrarla por las mañanas. Nunca desayunaba en casa, nunca comía, tampoco hacía el esfuerzo de llegar a cenar, y, sin embargo, su maldita presencia estaba en toda la casa. De ser una casa minimalista a más no poder, Emilia ponía flores frescas en los jarrones cada cuatro días, cambió los cuadros grises por unos llenos de