Sólo el sonido de las hembras en la cocina bastaba para volver loco a cualquiera.
La cocina del castillo era grande, llena de fuegos y grandes ollas que las lobas manejaban con comida.
Alice había conseguido trabajar allí fregando el suelo y cada día le daban un plato de comida.
Mientras barría el mugriento suelo, una de las lobas pasó junto a ella llevando una cesta de patatas.
La loba le quitó la escoba de la mano y le tendió el saco:
- Pela esas patatas, rápido. - Le ordenó con dureza.
Ella la miró fijamente, con el saco de patatas en las manos, y se quedó pensativa.
No podía negarse aunque quisiera golpear a aquella hembra, y cuando escuchó sus palabras, una sensación familiar y terrible la invadió.
Como si hubiera estado en una situación similar en el pasado. Levantó la vista hacia la loba y vio el desprecio en sus ojos, sólo porque estaba unos rangos por encima de ella en la cocina.
La hembra empezó a golpear el suelo con uno de sus pies impacientemente, abrió la boca p