67. La marca de Deimos
EZRA
Me masajeo la cabeza de tanto pensar; estos días han sido, por mucho, los más estresantes. Lo que me mantiene algo tranquilo es verla dormir profundamente después de lo que pasó.
Su rostro es sereno, como si no hubiese nada que la atormentara, pero no es así.
Tomo su mano entre las mías, besando sus nudillos como si fueran algo muy delicado. Debo admitir que ella se ha convertido en todo para mí y al pensar en perderla... no creo poder soportar una pérdida más.
—¿Qué haces aquí? —pregunto sin ocultar la molestia; cree que no lo noté cuando entró.
—Vine a ver cómo estaba.
Me giré hacia él, mirándolo con hostilidad. Si hay algo que no me gusta es tenerlo cerca de ella, y mucho menos ahora.
—No te entiendo; nunca en su vida te preocupaste de si estaba bien o no, si comía o dormía bien. ¿Acaso en algún punto de tu vida te llegaste a preguntar si tu hija vivía bien?
—No lo entenderías, Ezra.
—No, tienes razón, no lo entiendo. Siempre supiste quién era ella y no te molestaste