A las siete y media de la noche, Mauricio llevó a Adrián de vuelta a Villa de Esmeralda.
Al entrar, escuchó ruidos y vio que Valeria y Sebastián estaban en el sofá del salón jugando videojuegos.
Desde el ángulo de Mauricio, podía ver perfectamente a Valeria, sentada en un sofá individual a la derecha, con las rodillas dobladas.
Parecía que a Valeria le encantaba el verde; llevaba un vestido de gasa de ese color, que cubría sus largas piernas blancas. Sus tobillos, finos como para romperse con un simple toque, y los diez dedos de los pies se movían inquietamente.
Mauricio tragó saliva involuntariamente al ver sus pies bonitos.
Él entregó su abrigo a un sirviente y se sentó frente a Valeria en el salón.
—Valeria, ¿podrías cambiar la forma en que te sientas?
Recordó que antes, esta mujer siempre tenía posturas elegantes en el salón y mientras comía, una dama de buena educación y maneras refinadas.
—Este es mi hogar, no la oficina, puedo sentarme como quiera —Valeria estaba ocupada con el