Adrián lo había recogido cuando no tenía a nadie más; sin familia, Sebastián veía a Adrián como su único ser querido, como un hermano.
Desde pequeño, todo lo que Adrián le pedía, él lo hacía sin cuestionar.
Pero un día, Sebastián conoció a una chica cuya sonrisa brillaba más que el mismo sol.
Ella jugaba con él, recordaba sus comidas favoritas y, gracias a ella, comenzó a sentir de nuevo, como si su corazón latiera con fuerza, dejando de ser la fría arma que siempre había sido.
Estaba agradecido por haber llegado a Amanesca y haberla conocido.
Los momentos que compartió con ella se convirtieron en los recuerdos más preciados de su vida.
Amaba profundamente a esa chica y estaba dispuesto a darlo todo por ella.
—Yo sé... yo sé... —Valeria, con los ojos llenos de lágrimas, acarició la fría mejilla de Sebastián—. No te vayas, prometiste llevarme a Marbellaire, donde el mar es hermoso. Te llevaré al hospital, te salvarás....
Intentó levantar a Sebastián, pero olvidó que sus piernas estaban