El parque bullía con vida bajo un cielo encapotado, para Valeria, sentada en un banco de madera, el mundo era un tablero de ajedrez donde cada movimiento podía ser letal. Sus manos acariciaban el cabello de Sofía, que se acurrucaba en su regazo, trenzando mechones con dedos pequeños y curiosos. Gabriel correteaba cerca, su risa como un eco de libertad que le apretaba el corazón. A su lado, Clara vigilaba en silencio, su mirada inquieta escudriñando el horizonte. Valeria, con su vestido negro aún arrugado por el frenesí del hotel, mantenía la espalda erguida, sus ojos almendrados alerta, listos para cortar cualquier amenaza como un bisturí.
El rugido de un motor rompió la quietud, y un auto negro se detuvo a pocos metros. Luis Morales emergió, su figura impecable en un traje gris que parecía absorber la luz. Pasó junto al chofer que había llevado a Valeria sin un gesto, sin una palabra, su silencio más afilado que cualquier orden. Sus pasos eran seguros, pero había algo en su calma, en