Ahora sí.
Mi paciencia se agotó por completo. Caminé con pasos firmes y decididos hacia la mesa donde descansaba aquel odioso jarrón verde, ese maldito objeto que parecía burlarse de mí cada vez que lo miraba. No entendía por qué me provocaba tanto fastidio, pero ahí estaba, con su color chillón y su forma anticuada, atormentándome. Sin pensarlo dos veces, lo tomé entre mis manos con fuerza, sintiendo el frío de la cerámica contra mis dedos. Lo elevé por encima de mi cabeza, dispuesta a lanzarlo con todas mis fuerzas contra la pared y disfrutar del sonido de su destrucción.
—¿Fumiko?
La voz masculina me detuvo en seco, paralizándome justo antes de cometer el crimen contra la decoración. Giré la cabeza bruscamente, sintiendo mi cabello moverse con el impulso. Allí estaba él, Lucas Baker, mirándome con una mezcla de emociones que no pude descifrar de inmediato. Había algo de tristeza en sus ojos, pero también molestia, preocupación… y un toque de diversión.
—¡Lucas! —exclamé con alivio,