Capítulo 5. Segundo error

Subestimar a Jasha fue el primero de los errores del orgulloso Mikhail Kasparov, que había confiado en que todo le saldría bien de inmediato.

Se apresuró en su primera acción en contra de los enemigos que perseguían el tesoro de Villalobos, y olvidó algunas de sus rutinas adquiridas con los años.

Definitivamente, sus planes no estaban empezando con el pie derecho, aunque no podía quejarse de la forma de ser de su nueva esposa, que había asumido su rol con singular dignidad.

Mara Reyes sería su segundo error.

Alta, con una larga cabellera rubia, curvas exuberantes y ropa y zapatos de diseñador, Mara era una joven actriz y modelo que viajaba con bastante frecuencia a Helsinki, con el único objeto de acostarse con Mikhail Kasparov, su amante más preciado, de quien estaba profundamente enamorada y con el que tenía expectativas a futuro, segura de estar haciendo un buen trabajo conquistándolo en la cama, aunque para él, en realidad, ella no fuera más que otra de sus numerosas amantes ocasionales.

El señor Kasparov no era precisamente un monje.

Sí, era cierto que tenían cierta rutina, entregándose al placer los martes y viernes, cuando ella iba semi desnuda y perfectamente arreglada a la lujosa mansión en Finlandia, soñando con satisfacerlo de tal modo que, algún día, Mikhail le propusiera por fin matrimonio.

Era sumisa, callada, voluptuosa y sensual, todo lo que él necesitaba de una mujer en ese momento, o al menos lo que creía necesitar.

Pero él no la tenía en cuenta del modo en que ella creía que pasaría.

Algo que debió decirle antes de que ese día llegara, para evitarse un mal rato.

Era viernes, así que Mara, en un vestido rojo entallado que dejaba poco a la imaginación, entró a la casa de Kasparov sin anunciarse, sin que nadie la detuviera, y encontrándose en el medio de la sala con Agnes Laine, sentada cómodamente en el sillón mientras leía unos libros en finés, con un diccionario, intentando familiarizarse más con el idioma local, por recomendación de Kiana que le había conseguido algo de material bilingüe. Quería aprender todo cuanto pudiera para sobrevivir, sobre todo tras saber que Jasha había escapado del primer ataque de Mikhail, alejándose quién sabe dónde, fuera de su alcance, y teniendo en cuenta que aún no tenía noticias de su hermana.

Cuando Mara la vio, se sintió de inmediato amenazada. Era una joven hermosa, con un vestido rosa pastel sencillo, reclinada en el sillón, entre almohadones, y con unas curvas sin duda atractivas. No parecía una empleada, se la veía demasiado cómoda e instalada, como la dueña del lugar.

Eso la enardeció.

Aún sabiendo que cometía un error, llena de celos, le habló con desprecio:

-Tú, sirvienta, ve a buscar a Miky. Dile que ya llegué…

Agnes clavó en ella sus ojos azules, ni siquiera había notado a la rubia cuando entró. Debía de ir seguido, para que los guardias no la hubieran anunciado ni detenido.

Hace pocos días que estaba allí, pero ya conocía cómo funcionaba esa casa.

Esto era nuevo.

-¿Miky?

-¡Sí, pedazo de inútil! Tu jefe, mi novio… Ve a buscarlo y levántate de ese sillón. Es impropio de la servidumbre.

Ella le sonrió con desdén. Pobre mujer. Aún para Agnes, que apenas lo conocía, era más que evidente que Mikhail no tenía novias, si no parejas sexuales.

Así que, algo enojada por el trato que esa rubia le estaba dando, dejó su libro y la miró con suficiencia, sin moverse de su sitio.

-No soy ninguna sirvienta. Soy Agnes Laine de Kasparov, su esposa.

Mara la miró con desconcierto.

-Eso no es posible… tú no puedes ser su mujer. Sólo mírate. Además ¿de dónde saliste? Vengo todas las semanas y jamás te había visto aquí. Es obvio que no eres su tipo, con esas manos descuidadas, y sin arreglarte. Eres indigna de ser su esposa. Miky se merece alguien como yo, Mara Reyes, famosa, rica y con elegancia. Será mejor que no mientas, se lo diré y estoy segura de que te castigará. Sé cuánto le gusta ser cruel…

Agnes no le respondió más, y se volvió a concentrar en la lectura. Ni siquiera valía la pena responder esa agresión vacía de una mujer superficial. Que se quedara allí, esperando a "Miky". Se llevaría por sí misma una decepción.

Mikhail bajó por las escaleras, luego de reconocer desde su despacho la aguda voz de Mara. Era agradable cuando gemía de placer, pero insoportable en otros momentos, sobre todo al comparar con la voz calma de Agnes.

No tenía idea de por qué hacía esa comparación mental.

Sin duda los pocos días con ella hacían su efecto.

-¿Qué sucede aquí? ¿Qué pasa, Mara?

Ella le habló, melosa, mientras se arrojaba a sus brazos y le besaba el cuello con desesperación.

-¡Cariño! Te extrañé tanto…

-¿Qué haces en mi casa, Mara?

-¿Cómo que qué hago? ¡Es viernes, Miky! Viajé en mi jet para verte, como siempre… y me encuentro con esa sirvienta aprovechada en tu casa.

Él miró a Agnes, que los ignoraba, sumergida en la lectura.

-¿Sirvienta?

Mara se aferraba a Mikhail, acariciándolo con descaro, a punto de quitarle la camisa, mientras le respondía:

-Sí. La desvergonzada me dijo que es tu nueva esposa…

En ese momento, ella lo miró desde el sillón encogiéndose de hombros.

Él suspiró antes de decir:

-Es la verdad, Mara. Nos casamos hace unos días.

-¿Qué? ¿Te casaste con ese cachivache apestoso? ¿Acaso enloqueciste?

Entonces Agnes se puso de pie, cruzándose de brazos.

-Oye, Mara Reyes. Puedo aceptar que entres a esta casa sin avisar, me confundas con una sirvienta y te sientas amenazada, porque, en el fondo, es también culpa de mi marido que claramente no te avisó nada sobre su cambio de situación civil. Pero no te he faltado el respeto en ningún momento, por lo que no admitiré que los insultos continúen, ni contra mí, ni contra Mikhail, no bajo el que ahora es mi techo. Perdonaré tu confusión y tú te irás por donde viniste. Eres una mujer hermosa y rica, sobrevivirás a esta decepción.

La mujer la miró con ira. Esa m*****a se atrevía a darle órdenes y Mikhail no le decía nada.

Parecía entregado a lo que esa tal Agnes decía, y hasta la miraba con algo de respeto.

¿Qué tenía esa arrastrada que ella no?

Pero no se lo haría tan fácil.

No pensaba irse como si nada.

Se encaró con Kasparov y lo besó sin preámbulos, teatralmente y casi con exagerada pasión, jadeando y gimiendo.

Le hablaba mientras sus manos lo buscaban, acariciándolo por encima del pantalón, buscando excitarlo.

-Vamos, Miky… déjame que te recuerde lo que hacemos juntos. Sabes que te doy todo de mí, lo que quieras… ¿Quieres hacerme gritar de nuevo? Sí que quieres… vamos arriba, dejame lamerte como te gusta… ¿Acaso esa mosquita muerta lo hace mejor que yo? Es imposible… por algo me recibías dos días a la semana… ¿Quieres atarme? ¿Morderme?... Todavía tengo tus marcas de la última vez… Estoy segura de que ella no puede soportar lo mismo que yo, esas noches maratónicas que te dejan agotado, esos encuentros donde me llenas y me tomas a tu antojo, atravesando cada parte de mí… Mírala… es incapaz de darte tanto placer… ¿Te obligó a casarte porque se embarazó? Yo nunca te haría eso… Puedo ser tu amante, y puedes seguir teniendo conmigo esas sesiones desenfrenadas luego de las que apenas si puedes andar o yo quedarme sentada… No cualquier mujer se entrega así, Miky… soy única, lo sabes… Vamos arriba, deja que te lo refresque… ¿Para qué la quieres a ella? ¿No la ves cómo nos mira? Tiene miedo de tí, tiene miedo de lo que me oye decir de tus gustos… nunca te dará lo mismo que yo…

Agnes la miraba y la escuchaba, al borde de la náusea, mientras Mara, descaradamente lamía y besaba el pecho y el cuello descubiertos de Mikhail, y buscaba endurecerlo y arrastrarlo a ese placer que claramente él había encontrado en esa mujer sumisa y experimentada.

Era verdad. Mientras la rubia le hablaba, no podía evitar pensar en esas noches de fuego sin medida, donde Mara hacía exactamente lo que él le pedía, dejándolo entrar donde se le antojara.

Pero había firmado un acuerdo por tres años, con Agnes, y deshonrar la casa en la que ahora vivían no era su idea.

Si tenía que simular un matrimonio, esto con Mara era inadmisible.

Odiaba renunciar a esa mujer y lo que ella le ofrecía, por culpa de un trato que había llegado por sorpresa, y sabía que la rubia le decía todo eso para que se arrepintiera de haberse casado.

-Vamos arriba, Miky… puedo ser tu amante, a ella no le importará. No sé por qué se casaron, si es por un hijo, pueden seguir fingiendo, no me importa… seguiré acudiendo a tí, martes y viernes, para darte todo lo que la mojigata no puede… además, si está embarazada, necesitarás con quién tener sexo fuerte… ¿o estarás meses en celibato?...

Mikhail iba enrojeciendo de a poco, pero ni siquiera miraba a Mara.

Había algo singular en la expresión digna de Agnes, algo que lo desconcertaba y despertaba en él mucha curiosidad.

Ella no estaba celosa, no tenía sentido considerando las circunstancias de su matrimonio.

Pero sí estaba incómoda por algo.

Algo de lo que su amante decía, calaba en algún lugar de su corazón.

Tenía que sacar a Mara de su casa, ahora mismo.

Y ver si sus informantes habían averiguado algo del pasado de su esposa por contrato.

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