Capítulo 3

Comienzo a protestar internamente cuando escucho movimiento a mi alrededor, mientras en mi sueño algún chico desconocido cuyo rostro no puedo formular, toca una guitarra y canta mientras juntos vemos el atardecer. El ruido se sigue escuchando y me remuevo en mi cama intentando no despertarme.

«¿Por qué mamá hace tanto ruido para recoger la ropa sucia?».

Mi subconsciente me lanza flashes de lo que ha pasado en mi vida en las últimas setenta y dos horas: mis padres dándome la noticia, mi despedida catastrófica, el avión, los secuestradores. Abro mis ojos asustada, pero los vuelvo a cerrar al instante debido a la luz del sol que entra por las grandes ventanas que me deja chocada.

—Buenos días, alteza. —Escucho a alguien decir.

—¿Puede cerrar las cortinas? —le pido a quien sea que me hable.

En cuanto siento el sonido de las ventanas me lanzo de la cama de un tirón a la defensiva. Sé que debo buscar las posibles salidas y encontrar a mi hermana, escapar juntas y llamar a la policía.

Me encuentro a una chica de cabello color miel que me observa con una sonrisa amable. No sé quién es pero parece indefensa.

Aunque bueno, según las series policíacas, los psicópatas saben ocultar sus intenciones.

Le hago caso a mis pensamientos y me pongo en posición de combate. No tengo ni idea de cómo golpear a alguien pero aprenderé sobre la marcha.

—¡¿Dónde estoy?! —pregunto.

Mi vista se va adaptando poco a poco a la claridad y observo una inmensa habitación con paredes de un dorado muy refrescante, una mesa de estudio, una puerta hacia lo que me imagino debe ser el baño —cosa que pongo en duda cuando observo otra—. La cama en la que estuve acostada es magistral con varios almohadones y sábanas de seda fina.

—Su majestad, está usted en el Internado para Princesas y Príncipes de Nardinkath —me informa la chica que se mantiene todo el tiempo con las manos entrelazadas al frente.

Me llevo una mano a la cabeza y suelto un bufido de exasperación, con razón todo es tan pijo en esta habitación.

¡¿Pero qué rayos?! ¿Por qué la abuela envió a esos tipos por nosotros?

La confusión hace que me duela un poco la cabeza, dejándome totalmente perdida.

—Yo soy Katlin y seré su doncella durante toda su estadía en la escuela, un placer conocerla, su alteza. —Hace una reverencia y llevo mi mano a mi boca para no soltar la carcajada—. Puede estar tranquila, fue traída al palacio de esa forma por motivos de protección a la ubicación de este castillo. Hay muchos miembros de la realeza de diferentes lugares, solo es un protocolo de seguridad.

¡Genial! Estoy rodeada de ricachones. No creo que pueda pasar mucho tiempo aquí dentro.

—Un placer conocerte Katlin, soy Eva. —Me acerco a ella, le doy un abrazo que la sorprende y me mira como si fuese de otro planeta—. Y no me trates de usted, ni me digas ninguno de esos nombruchos de la realeza, soy una chica normal.

—Como desee su ma... perdón señorita Eva —dice con timidez—. Puede contar conmigo siempre.

Me río un poco porque sin duda le va a costar trabajo adaptarse a toda mi locura andante, pero es bueno saber que tendré a alguien con quién conversar en este sitio.

—¿Qué se supone qué hay que hacer en este lugar? —le pregunto volviéndome a tirar en la cama.

Ella se queda como una estatua en el mismo sitio. Su cuerpo se mantiene firme y sus manos en la misma posición entrelazadas por delante, a la altura del ombligo. Lleva un traje bastante formal de color salmón.

—Justo ahora debe darse una ducha y alistarse, la directora Korra la espera en su oficina en veinte minutos —me informa y asiento.

Ya voy a conocer a mi adorada abuela, nótese el sarcasmo.

Miro hacia la silla que hay en la esquina de la habitación y veo un uniforme horrendo. Katlin lucha por esconder una sonrisa cuando ve mi cara de fastidio.

—¿Tengo que usar eso? —le pregunto y ella finalmente sonríe.

—Es obligatorio usar uniforme señorita Eva.

Tomo una almohada y me golpeo la cara con ella, odio este lugar. Va a ser todo un fastidio pasar tanto tiempo aquí, ya quiero irme a casa.

—La puerta de la derecha es el baño y la de la izquierda su vestidor, dónde he acomodado su ropa y otras que la directora Korra le ha comprado. —Finaliza con una mirada llena de orgullo en sí misma.

—Eres muy eficiente Katlin, muchas gracias, no tenías por qué hacerlo. —Me pongo de pie dispuesta a entrar al baño.

—Es mi trabajo señorita —responde ella riendo.

Media hora más tarde con el uniforme puesto, que debo admitir no me queda tan mal.

Consiste en una camisa de seda fina de color blanco, una chaqueta de color negro, una falda del mismo color que me llega a unos centímetros por encima de la rodilla y unos tacones súper incómodos a los que definitivamente tardaré en adaptarme.

Katlin me hizo un maquillaje estupendamente sencillo y arregló todo mi cabello oscuro en unas ondas perfectas. Ante los ojos de cualquiera soy una princesa más en este sitio. Estando lista, camino a través de los pasillos vacíos y silenciosos hacia la oficina de mi abuela con Katlin al lado.

Estoy odiando muchísimas cosas de este lugar. Es enorme y con una arquitectura de esas antiguas en la que todo parece llamar la atención, hay miles de pasillos en los que sin duda alguna me perderé, todo es silencioso y mientras camino tengo la sensación de que nada bueno va a salir de esto. Una vez llegamos a un pasillo largo con varias oficinas nos detenemos frente a una gran puerta y Katlin toca suavemente tres veces.

—Adelante. —Se escucha una voz femenina y ella me abre la puerta amablemente.

Mi mirada se encuentra con la de Angie que está de pie frente a dos mujeres con el mismo uniforme que llevo puesto.

Una de las mujeres lleva el cabello lleno de canas y me mira con una sonrisa amable, llena de calidez, y la otra es un poco más joven, vestida completamente de negro, que me observa con cara de pocos amigos.

Pongo mi mejor sonrisa y corro hacia la señora que me mira dulcemente dándole un fuerte abrazo.

—¡Abuela hasta que al fin puedo conocerte! —ella también me abraza riendo y Angie suelta una carcajada.

—Evangeline —dice la otra mujer—. Ella no es tu abuela, soy yo, y por favor mantén la compostura.

Evitando reírme —porque estas cosas solo me pasan a mí—, me separo de la señora que me sigue mirando con cariño y me acerco a la otra mujer que me pide que me detenga con la mano, por lo que termino poniéndome al lado de Angie en modo estatua.

—Buenos días Evangeline —me saluda y siento un revoltijo en el estómago cada vez que dice "Evangeline"—. Yo soy tu abuela Korra de Zchwat, directora de esta escuela, bienvenidas ambas.

—Gracias —coreamos Angie y yo como si estuviésemos en el primer día del kínder.

—Primero que todo debo aclararles varios puntos. —Comienza a caminar de un lado a otro—. Dentro de estas paredes soy la directora Korra, nada de abuela, ni demostraciones cariñosas... —Nosotras asentimos—. Deben mantener la compostura y comportarse con respeto y educación ante todas las personas que conviven aquí, sé qué están adaptadas al libre albedrío pero esta es una escuela de la realeza y deben comportarse como tal. —Volvemos a asentir y la señora amargada sigue caminando mientras hace su discurso—. Son Evangeline y Angeline Toscano, princesas de Quirthey.

Angie y yo nos miramos pérdidasy por supuesto que soy la primera en expresarse.

—¿Princesas? Yo no tengo ni un pelo de ello.

—Hay jerarquías aquí, reglas y grupos entre los estudiantes —nos informa—. Nadie, absolutamente nadie debe saber que son mis nietas o que no son de la realeza ¿entendido?

Permanecemos en silencio, no me gusta el rumbo que está tomando esto.

La idea de mentirles a todos, de ocultar mi verdadero yo detrás de una fachada me resulta bastante incómoda.

—¡¿Entendido?! —alza la voz, mi hermana y yo asentimos.

—Ella es Celine, mi mano derecha y en la que podrán confiar para todo, sabe que son mis nietas, cualquier duda o problema deben ir primero hacia ella.

Celine nos sonríe con amor y cariño y en verdad desearía que fuese ella mi abuela. Ya veo porque mamá se largó de aquí.

—Creo que por ahora no hay más nada que aclarar. —Camina hacia su sillón—. Las clases comienzan a las ocho, Celine les dará su horario y un mapa del castillo.

—Gracias, señorita Korra —responde mi hermana que definitivamente ama estar aquí.

Yo solo siento un revoltijo en el estómago y estoy segura de que en cualquier momento saldré corriendo y pidiendo ayuda.

Nunca me ha gustado la realeza, mientras las niñas de mi clase soñaban con ser princesas y ser besadas por príncipes, a mí me gustaba jugar a las estrellas del rock con mi tío Alessandro o hacerle bromas a mi hermana.

—Su tía viene a visitarlas a la hora de almuerzo, ya pueden marcharse.

Ambas caminamos hacia la puerta de salida. Abro y camino de espaldas para hablar con mi hermana.

—¿Dónde es tu habitación?

Ella se dispone a responder pero veo como su cara se convierte en una mueca y acto seguido caigo al piso y un cuerpo pesado encima cae de mí.

—¡Joder! —exclamo— ¡Malditos tacones!

—¿Eres tonta o no sabes caminar? —me dice una voz arrogante pero que definitivamente he escuchado antes.

Miro al chico encima de mí y él me me devuelve la mirada, ambos con sorpresa «estos ojos verdes ya los he visto antes», él suelta una carcajada.

—El destino me sigue sorprendiendo. —Se pone de pie y me ofrece una ayuda que acepto—. ¿Estás bien? —me pregunta y asiento.

Angie se aclara la garganta y la miro con cara de pocos amigos, ya empezó con su intensidad.

Tiene la idea fija de que soy un imán para chicos.

—¿Eres nueva aquí? —me pregunta el guapo del avión, cuyo nombre aún desconozco.

«¿Cómo es posible que nos encontremos aquí?».

—Soy Eva. —Le estiro mi mano a modo de saludo. Recuerdo todo el parloteo de los modales que dijo la abuela y hago una reverencia, que termina siendo desastrosa.

—Un placer alteza, mi nombre es Kylliam. —Sonríe—. Príncipe de Kestria y regalador de libros a chicas guapas en los aviones en mi tiempo libre.

Suelto una carcajada y él también sonríe, dos chicos se acercan por el pasillo y Kylliam se pone tenso.

—Espero volver a verte —dice antes de alejarse apresurado.

Miro a mi hermana que tiene los brazos cruzados y me mira riendo.

—Qué suerte tienes para conocer chicos guapos Eva.

«Mi cabeza no estaba para chicos guapos, solo quería buscar una forma de irme lo más pronto posible de esta escuela».

Minutos más tarde la agradable asistente de mi abuela, Celine, nos da una carpeta con nuestro horario de clases y otros documentos que tenemos que firmar, entre ellos un acuerdo de confidencialidad prometiendo no decirle a nadie que no somos de la realeza, «sí que se toman en serio eso de las clases sociales».

También nos da un celular nuevo, con solamente cinco contactos: mi madre, mi padre, Angie, el número de mi doncella —ni en mil años voy a llamar a Katlin así—, y finalmente el número de la abuela.

—Por cierto, la directora Korra olvidó decirles que no pueden salir del palacio —dice mientras mira su ordenador.

—¡¿Qué?! —exclamo y ella da un brinco en su lugar.

Suelta una pequeña risita y me mira dulcemente. «¿Por qué ella no es mi abuela?».

—Una vez al mes sí, todos los estudiantes pasan un fin de semana en el palacio de descanso del príncipe de Nardinkath.

¡Genial! Por lo visto mi vida los próximos años se reducirá a ir de palacio en palacio.

Esto es como una cárcel. Suelto un bufido de frustración, no llevo ni veinticuatro horas y ya quiero regresar a casa.

—Ahora vayan a su primera clase, ya debe haber comenzado, pero sus profesoras saben que estaban con la parte introductoria, que tengan un buen día.

Angie y yo asentimos, salimos de su oficina, caminamos por el pasillo y luego subimos las escaleras hacia donde Celine nos informó que quedaba el área de clases. Cuando llegamos a la primera aula Angie me despide con la mano antes de tocar la puerta y yo sigo mi camino, muy pero muy nerviosa. Esto va a ser un épico desastre. La tercer aula no tarda en aparecer ante mí, respiro profundo antes de tocar suavemente.

Una mujer joven de cabello rojo abre y me mira sonriendo.

—Tú debes ser Evangeline.

Centro mi mirada en ella y abro mis ojos sorprendida, es la copia viva de mi madre. ¡Oh, mi tía!

—¡¿Tú eres...?!

Me hace una seña para que me calme y yo contengo la respiración. Nadie puede saber que no soy de la realeza, cierto.

—Hablaremos en el almuerzo —me susurra y se aparta para que entre al aula.

Creo que fue el peor error que cometí en mi vida, al instante todas las miradas se posan en mí y siento que las piernas se me vuelven gelatina. Miro a mi tía en busca de auxilio pero solo me mira con una sonrisa divertida.

—Majestades, esta es su nueva compañera, la Princesa Evangeline —les informa a todos y no dejan de mirarme, por lo que decido enfocarme en la pared.

«De todos modos te están mirando». Dicta mi conciencia

—Bienvenida Evangeline —dice la chica de la primera fila poniéndose de pie y haciendo una reverencia.

Yo me quedo estática mirándola y mi tía se aclara la garganta. ¡Ups! Claro, la reverencia. Hago el intento de una y la chica me sonríe.

Vale, ya tengo una posible amiga.

—Soy Dilary, la presidenta de la clase —continua hablando—. Cualquier problema o ayuda que necesites cuentas conmigo.

Asiento algo nerviosa y ella toma asiento nuevamente.

Entonces miro al final de la clase donde un chico sonríe divertido, Kylliam, me alegro de por lo menos conocer a alguien.

—Yo soy Sarah —me dice mi tía amablemente—. Tu profesora de música, puedes tomar asiento.

Hay dos sillas vacías, una queda en medio de dos chicas rubias y la otra al lado de la ventana y junto a otra chica de cabello oscuro. Obviamente camino hasta la que queda al lado de la ventana y me siento. Finalmente dejo de ser el centro de atención y todos posan su mirada en la tía Sarah.

—Bien, hoy no pudimos usar el salón de música debido a lo ocurrido el día de ayer —dice algo seria—. Espero no vuelva a repetirse.

Mi vena chismosa se está arrepintiendo de no estar ayer. ¿Qué habrá pasado?

—Entonces solo vamos a hacer una actividad grupal para conocernos un poco más.

—Eso me interesa —dice un chico sentado dos filas antes que yo y todos ríen.

Miro sorprendida como todos lo hacen relajados, incluida mi tía. ¿Podemos reír?

—Dalton por favor, te recuerdo que no estamos en el salón.

Él asiente en silencio y todo vuelve a ser aburrido como antes.

—Como decía, actividad grupal —continua Sarah mientras se acerca a las mesas—. Formen grupos de tres y háganse cuatro preguntas entre ustedes.

Al instante todos comienzan a moverse de puesto y yo miro a todos lados sin saber qué hacer. ¡Genial! Seré la rarita del grupo. Doy un pequeño salto en mi silla cuando alguien pone la suya delante de mi mesa y se sienta mostrándome una sonrisa.

—Mucho gusto Evangeline, soy Dalton. —El chico del comentario de hace unos minutos me estira su mano y la estrecho torpemente.

De repente otra silla se pone al lado de mi mesa y unos ojos azules me miran con amabilidad.

—Hola Eva —me dice la chica riendo—. ¿Puedo llamarte Eva, verdad?

Asiento nerviosa, es la chica que estaba a mi lado.

Ambos parecen salidos de revistas, ella tiene el pelo sedoso y abundante, le cae por los hombros hasta unos centímetros por encima de la cadera y su piel es blanca pálida. Dalton es de cabello castaño claro, casi llegando a rubio, ojos cafés y también de piel blanca pero no tan pálida como la chica.

—Soy Adele —se presenta ella.

—Encantada —le digo intentando relajarme.

—Vamos a comenzar. —Dalton se acomoda en su silla—. Por ser nueva te toca ser interrogada primero.

Asiento no muy convencida.

—¿Cuál es tu reino? —me pregunta Adele.

«¡Joder! ¡¿Cuál fue el nombre que me dijo la abuela?!».

¡Piensa, piensa, piensa!

¿Por qué me pasan estas cosas a mí?

Dalton y Adele me miran expectantes mientras lucho una batalla interna con mi cerebro.

—¡Quirthey! —digo emocionada de recordarlo.

—¡Ah! La isla —añade Dalton. La verdad yo no tenía ni idea de donde quedaba eso.

—Entonces eres del grupo dos, yo también —me dice Adele.

—¿Grupo dos? —pregunto perdida.

—La jerarquía —me explica Dalton—. Así funcionan las cosas aquí. Grupo uno: príncipes y princesas de grandes reinos.

—Dalton es de ese grupo, junto con ellas... —Adele se gira para mostrarme—. Esas dos rubias de ahí: Shelsea y Rebekah; Kylliam, el chico que está al final; Dilary, la presidenta de clase; Edgar y Thomas que son los mejores amigos de Kylliam... —Señala a los chicos que estaban sentados con él—. Y por último...

—El fantasma —la interrumpe Dalton.

—¿Quién? —pregunto.

—El príncipe de Nardinkath —explica Adele rodando los ojos—. Se llama Jared, pero nunca está, pertenece a este salón pero decidió recibir sus clases individualmente.

—Somos de muy baja clase para compartir con él —comenta Dalton riendo.

—Luego está el grupo dos. —Ella continúa explicando—. Príncipes y princesas de Islas: serían el chico de los lentes que está en la primera fila solo, llamado Kevin, tú qué acabas de llegar y yo.

Sonrío algo asustada con toda esta información. «¿Dónde me han metido mis padres?».

—Y grupo tres —continúa Dalton—. Los excluidos: damas de honor, asistentes reales, consejeros y demás miembros de las clases inferiores que tienen sus propios grupos de clases.

«Los excluidos», repite mi cabeza.

¿Eso quiere decir que los tratan mal?

¿Por eso la abuela no quiere que digamos la verdad?

—Bueno me toca preguntar —dice Dalton— ¿Tienes novio?

Adele a mi lado suelta un bufido y rueda los ojos riendo.

—No —respondo.

Tenía.

—¿Por qué no llegaste hace una semana como todos? —pregunta Adele.

Celine ya nos ha dicho que responder en ese caso.

—Mi hermana enfermó —le explico—. Es bastante dramática y tuvimos que quedarnos en casa hasta que estuvo segura de que no iba a morir.

—¿Te ha gustado la escuela? —Dalton hace su última pregunta.

—Sí, es grandiosa.

«Eres una vil mentirosa, Eva». Ambos me sonríen y justo suena una campana diferente a la que se usa en las escuelas normales, todos se ponen de pie y comienzan a salir del aula.

—¿Quieres que almorcemos juntas? —me pregunta Adele mientras nos ponemos de pie, no me creo capaz de manejarme sola por esta escuela así que asiento con una sonrisa.

Espero que podamos ser amigas. Pero también espero poder irme pronto, extraño mi casa, a Liv, a mis padres, la tranquilidad y la monotonía. A veces no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Muchas veces me quejé por la simpleza de mi vida y ahora mismo daría cualquier cosa por estar en casa escuchando los regaños de mamá.

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