Unos minutos después, él regresó y la encontró aún sentada bajo el roble, con la mirada perdida y los ojos vidriosos. La luz de la luna bañaba su piel con un resplandor pálido, como si intentara acunarla con su suave toque. Con delicadeza, sin decir una palabra, extendió su mano hacia ella.
Yanet levantó la vista, y algo en la mirada firme de Lucas la ancló. Con un pequeño asentimiento, colocó su mano en la de él, y él la ayudó a ponerse de pie.
—¿Lista? —preguntó suavemente.
—No —susurró ella—. Pero iré de todos modos.
Lucas apretó ligeramente su mano y la condujo de regreso a la casa.
Cuando entraron en la sala de estar, Dín se levantó de inmediato. Su postura era tensa e incierta, hasta que Yanet dio un paso al frente.
Sin decir nada, cruzó la habitación en tres zancadas largas y la abrazó.
Yanet se quedó inmóvil por un momento, su mente dando vueltas. Pero luego, inesperadamente, se encontró relajándose en sus brazos. Había calidez allí; una familiaridad que no comprendía, pero ta