Los ojos de Mía se abrieron de par en par cuando vio a Bella salir corriendo del lugar llorando, con el cuerpo empapado de agua sucia. Los demás empleados, que no tenían idea de lo que había pasado, la miraron asombrados.
Sofía regresó con una sonrisa satisfecha en el rostro y se sentó soltando una risita.
—¿Qué. Hiciste. Sofía? —preguntó Mía, marcando cada palabra.
Sofía echó un vistazo a sus uñas perfectamente cuidadas y sonrió antes de mirar a Mía. —Le enseñé a cerrar la boca y a no decir porquerías en mi cara, por supuesto —respondió—. Oh, Dios mío, Mía, deberías haber visto su cara. Era como una leona hace un rato, pero cuando vio que estaba a punto de darle una paliza, empezó a comportarse como un lindo gatito. Pero no me engañó. Me aseguré de ponerla en su lugar.
Mía negó con la cabeza, con una expresión de disgusto. —No debiste hacer eso, Sofía —dijo, y Sofía rodó los ojos—. Aunque quisieras hacerle algo, podrías haber esperado a que terminara el horario laboral. ¿No sabes que