El frío amaneció más intenso de lo habitual en Angoo. La nieve acumulada en los tejados y las calles reflejaba la pálida luz de la mañana, mientras un silencio tranquilo envolvía el pueblo. Sin embargo, dentro de la casa de los padres de Jane, el ambiente era diferente.
Jane se despertó sintiéndose agotada. Un dolor punzante en la cabeza, un dolor incómodo en la garganta y una sensación de debilidad la obligaron a quedarse en cama más tiempo del habitual. Cuando intentó levantarse, un pequeño mareo la hizo recostarse de nuevo, cerrando los ojos con algo de frustración.
Su madre, quien había notado su ausencia en la mesa del desayuno, subió a verla. Abrió la puerta con sutileza y la encontró acurrucada entre las mantas, con el rostro pálido y los labios algo resecos.
—Hija... Jane... Cariño ¿te sientes bien?.— Preguntó con preocupación, acercándose para tocar su frente.
Jane abrió los ojos lentamente y negó con la cabeza.
—Creo que... sólo necesito descansar un poco más mamá.— Res