André cerró el libro de golpe y le vio asombrado.
— ¿Dónde has escuchado eso, pequeño?
— Es lo que yo creo. —sonrió amplio, desviando unos segundos la mirada a Matías, quien se sonrojó ligeramente.
Los mayores cruzaron miradas sonriendo de forma cómplice sin que Aymé entendiera todo ese silencio y el juego de las miradas misteriosas en el que ella no tenía lugar.
El rubio se le acercó, entregándole el libro e inclinándose sobre su hombro.
— No dejes que nadie te quite el gusto por saber las historias de los antiguos, preciosa. —besó su mejilla y apuró a su compañero para que se levantara y se fueran, alegando que tenían pendientes que atender.
Tras despedirse y prometer que volverían a verlos, salieron de la casa sonriendo e imaginando que probablemente el orden del mundo estar&iac