80. Heridas que no cicatrizan
La sala de espera, que antes estaba llena de conversaciones ligeras, de repente quedó en silencio. Algunas personas dejaron de hablar y los miraron, como si estuvieran presenciando una escena que no debería ocurrir en un lugar público.
Angie se quedó rígida en su sitio. Su rostro palideció, sus labios temblaban queriendo explicar — pero su voz parecía haberse desvanecido en su garganta.
Mientras tanto, Dafe se erguía entre su madre y su esposa, con una mirada firme pero amarga. "Mamá, por favor, no hagas esto aquí", dijo en voz baja pero firme.
Jemmy miró a su hijo con ojos brillantes y afilados. "¡Solo estoy preguntando! ¿Qué tiene de malo que le pregunte a mi propia nuera si está esperando un nieto de mi familia?"
"Mamá..." la voz de Dafe comenzó a bajar, tratando de contenerse. "Este no es el lugar."
"¡Pero tengo derecho a saberlo!" espetó Jemmy, sus emociones estallando. "¡Eres mi único hijo, Dafe! ¡Y no voy a fingir estar feliz mientras toda la familia cuestiona por qué te casast