92. Heridas Que No Sanan
Esa noche, la lluvia caía torrencialmente fuera de la ventana de la casa de la familia Dalton. Un rayo ocasional iluminaba el estudio de Dalton, que solo estaba iluminado por la lámpara de escritorio. Frente a él, montones de documentos esparcidos: informes financieros, contratos de proyectos y una lista de nombres de empleados con acceso al sistema interno.
Pero los ojos de Dalton no estaban enfocados en esos números. El hombre miraba fijamente la pantalla del ordenador, donde un correo electrónico sin remitente mostraba una frase que le helaba la sangre:
"¿Pensaste que podías deshacerte de mí tan fácilmente, Dalton?"
El mensaje fue enviado exactamente a las dos de la madrugada. Sin firma, sin nombre. Solo un archivo adjunto que contenía fragmentos de datos internos de la empresa: una prueba sólida de que alguien realmente estaba filtrando secretos de clientes.
Dalton apretó los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos. "Maldita sea..." siseó en voz baja. "Esto no es una coin