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Capítulo 38 – La Última Maniobra

Maxime

La tensión es palpable. Cada segundo que pasa me acerca al momento en que todo va a cambiar. Marc cree tener el control, pero no se da cuenta de que está bailando sobre una cuerda floja. No soy el tipo de hombre que juega al ajedrez sin prever varios movimientos por delante.

Léa está en silencio, sentada en el sofá de la sala, con las piernas dobladas bajo ella. Me mira sin decir nada, pero veo claramente la tormenta en sus ojos.

— ¿No duermes todavía? murmura.

— Tengo demasiadas cosas en la cabeza.

Ella se endereza y se acerca a mí, posando una mano ligera sobre mi brazo.

— No te voy a pedir que me expliques todo, pero... ¿estás seguro de que sabes lo que haces?

Le tomo suavemente la mano, la aprieto ligeramente.

— Sí.

No parece convencida, pero no me contradice.

— Entonces ten cuidado, susurra antes de apartarse.

La miro alejarse hacia la habitación, luego me levanto y recojo mi teléfono. Es hora de lanzar la última fase del plan.

---

La Trampa

Hugo ya está en el lugar cuando llego a nuestro punto de encuentro, un aparcamiento subterráneo casi desierto. Está apoyado contra un coche, con los brazos cruzados, un cigarrillo entre los labios.

— ¿Todo está listo? pregunto.

Asiente y aplasta su cigarrillo bajo su bota.

— Sí. Tus instrucciones se han seguido al pie de la letra.

Me acerco y abro el maletero del coche. Dentro, uno de los hombres de Marc está atado, amordazado, con la mirada llena de miedo.

— ¿Ha hablado?

Hugo esboza una sonrisa de lado.

— Oh, ha cantado como un pájaro. Marc ha montado una trampa en un viejo hangar, en las afueras de la ciudad. Quiere que vengas solo.

Cierro el maletero de un golpe seco.

— Entonces le vamos a dar lo que quiere.

Hugo arquea una ceja.

— ¿Estás seguro? Espera que llegues.

Sonrío fríamente.

— Sí. Pero no espera que esté preparado.

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El Duelo Comienza

La medianoche se acerca cuando llego frente al hangar. Es un viejo edificio en ruinas, perdido en medio de un terreno baldío. La única luz proviene de una farola parpadeante y medio rota.

Salgo del coche, con las manos en los bolsillos, como si simplemente viniera a tomar una copa.

Las puertas del hangar se abren lentamente, y distingo varias siluetas en el interior.

Marc está allí, en el centro, rodeado de sus hombres. Luce su eterna sonrisa burlona, esa que da ganas de golpear.

— Maxime, Maxime... Siempre eres tan predecible.

Me detengo a unos metros de él, analizando la escena. Son seis. Armados. Listos para disparar al menor movimiento en falso.

Sonrío.

— Y tú, siempre tan presumido.

Marc estalla en una risa y hace un gesto a uno de sus hombres, que se acerca con un arma apuntada hacia mí.

— Verás, el problema contigo es que siempre crees tener una ventaja. Pero esta vez, se acabó.

Cruzo los brazos, impasible.

— ¿De verdad?

Él entrecierra los ojos.

— No tienes a nadie que te cubra, nadie que te ayude. Esta noche, pierdes.

Suelto una leve risa.

— ¿Sabes qué es lo gracioso, Marc? Que estás tan obsesionado conmigo que ni siquiera ves lo que está pasando a tu alrededor.

Frunce el ceño.

De repente, un fuerte estruendo resuena detrás de él. Una explosión.

Sus hombres se giran, confundidos.

Aprovecho su distracción para agarrar el arma del tipo más cercano y le disparo en la pierna. Grita y se desploma.

El caos se instala en un abrir y cerrar de ojos.

Hugo y su equipo surgen de las sombras, sorprendiendo a los hombres de Marc. Se escuchan disparos, gritos resuenan en la oscuridad.

Me deslizo a través del carnage y me encuentro frente a Marc.

Él ha desenfundado un arma y la apunta hacia mí.

— Eres astuto, pero no lo suficiente, escupe.

Levanto las manos en señal de calma.

— ¿De verdad crees que así es como va a terminar?

Aprieta los dientes.

— ¿Crees que eres intocable?

— No, pero tú lo eres mucho menos.

Antes de que tenga tiempo de disparar, una bala se incrusta en su hombro.

Deja caer su arma y cae de rodillas, gruñendo de dolor.

Detrás de él, Léa está de pie, con una pistola aún humeante en las manos.

Me mira, jadeante.

— Te tomas demasiado tiempo para terminar tus historias, suelta.

Sonrío y me acerco a Marc, poniendo un pie sobre su arma caída en el suelo.

— Se acabó, Marc.

Él levanta la cabeza, su mirada ardiente de odio.

— No ganarás, Maxime.

Me agacho a su altura, mirándolo directamente a los ojos.

— Creo que eso ya está hecho.

---

El Último Capítulo

Léa y yo regresamos al apartamento al amanecer.

Casi no ha dicho nada en el camino de regreso, y lo entiendo.

Cuando entramos, se deja caer en el sofá y suelta un largo suspiro.

— ¿Se acabó? pregunta finalmente.

Asiento.

— Sí.

Me mira un instante, luego se levanta y se acerca a mí.

— Entonces, ¿qué hacemos ahora?

La miro, luego coloco una mano en su nuca, atrayéndola suavemente hacia mí.

— Vivimos, Léa. Simplemente... vivimos.

Ella sonríe levemente y cierra los ojos.

Finalmente, después de todo este tiempo...

Puedo respirar.

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