La voz del Inquisidor general retumbó haciendo eco en toda la iglesia y en cuestión de minutos, estábamos rodeados por los guardias del santo oficio.
Arranqué mi velo y dejé caer mi ramo al piso, ambos nos pusimos de pie y Maximiliano tomó mi mano.
— Tranquila no voy a permitir que te lastimen.
— Yo no importo amor mío, sálvate tú.
Mi padre se puso de pie y trató de defenderme, pero los guardias no lo escucharon, y él no tenía la fuerza necesaria para luchar, en sus cinco sentidos no hubiera permitido que me tocaran; Colocaron un grillete en el cuello de Maximiliano y también en sus pies, a mí me encadenaron las manos atrás, pero por alguna razón yo estaba tranquila, sabía que solo era un trago amargo por el cual debía pasar.
Nos sacaron de la iglesia a los dos, vestidos de novios, y atados como bestias, miré a Doña Leonor a la cara y me miró con una sonrisa que me dio miedo, ya mi padre me había dicho que me odiaba, pero yo todavía no entendía por qué. ¿solo por tener que criarme com