Escuchar de voz de Doña Hipólita que estaba enterada que Lucrecia Marino había sido mi esposa, me desconcertó, no me importaba que Isabel fuera su sobrina, en esta sociedad era común casarse entre parientes, de esa manera preservaban el linaje y las fortunas, pero eso quería decir que ella estaba enterada de mi secreto familiar, porque definitivamente debía saber que algo no era normal en mí, ya que hace diecisiete años, yo me veía casi igual que como me veo ahora. Arqueé la ceja y me senté en la espléndida sala estilo victoriano, sin dejar de mirarla fijamente, una mujer que se atreve a hablarle así a un hombre, sabiendo de antemano que puede ser un brujo o cualquier otro tipo de ser sobrenatural que tiene el poder de verse tan joven como yo después de tantos años, no era normal, ella sabía o intuía que era yo y estaba dispuesta a presionarme para que aceptara casarme con su hija, pero, ¿Quién es capaz de querer casar a su hija con alguien como yo? ¿Quién en su sano juicio podría que