Capítulo 4

 La teniente Harrison le llevó los informes del forense del cuerpo destrozado encontrado en el callejón baldío al capitán Trevor. -Fue un gran animal, Tom, los desgarros y las mordeduras fueron hechos por colmillos enormes-, dijo ella repasando en su tablet la información que le había remitido el perito especializado.

    Trevor se meció en su silla pensativo. -¿De qué tamaño estamos hablando?-, se interesó.

    -El forense calcula que debió ser un animal de gran tamaño, quizás dos metros de largo, fornido, robusto y sanguinario. Arrancarle el corazón y las tripas al pobre sujeto demuestran que esa bestia tiene mandíbulas muy fuertes, casi hechas de acero-, siguió Harrison repasando el informe.

   -¿Un tigre?-, no descartaba esa tesis Trevor.

   -El forense dice que, por las marcas de los colmillos, fue un animal muy cruel, posiblemente un león, un dragón de Komodo, un cocodrilo o un tiburón-, le subrayó Harrison con una risita irónica.

   -Un tiburón o un cocodrilo, están descartados, era un terreno baldío no el mar ni un pantano-, también fue irónico, Trevor.

   -Pude saber de Paul Bradley, el tipo destrozado, era un picapleitos de la zona oeste de la ciudad, odiaba a unos vecinos de Stone Valley, les pegaba, les robaba, les obligaba a pagar cupos-, siguió informando Harrison.

   -¿Picapleitos?-, sobó su mentón Trevor.

   -Sí  un tipo que siempre andaba haciendo problemas, peleándose con los vecinos de Stone Valley, iracundo, chantajista, cobraba a comerciantes para no pegarles-,  remarcó Harrison.

   Trevor le pidió el tablet a la teniente y revisó la hoja de vida de Bradley. -Extorsionador, pegalón, matón-, fue repitiendo lo que había en el atestado.

   -Los vecinos de Stone Valley no lo denunciaban porque era muy abusivo, cruel y miserable-, cruzó los brazos Harrison.

   -¿Un león vengador anónimo?-, alzó la mirada Trevor. -Alguien hizo justicia a dentelladas matando a ese chantajista, picapleitos, ruin y miserable, el león justiciero ja ja ja-, adivinó también la teniente en medio de sus risas divertidas.

   -Esto se pone, cada vez, más interesante-, aceptó Trevor, dejando la tablet en su pupitre. Miró a la teniente. -¿Quién vive en Stone Valley? ¿No se supone que son zonas áridas, rudas, roscas, llenos de encrespados donde no crece ni siquiera mala hierba?-, volvió Trevor a  mecerse en su silla.

   -Es una comunidad muy tranquila, sosegada, que ha crecido con sus propios recursos, gente muy afable, caritativa, ayuda a los transeúntes dándoles agua y alimentación también albergue, son buenas personas, de eso se aprovechaba Paul Bradley-, informó la teniente.

   Trevor sonrió. -Siga investigando, teniente-, le pidió a Harrison. Ella le fascinaba al capitán. La quedó mirando juntando los dientes y luego volvió a sus labores habituales.

   

*****

   ¡¡¡Waldo me habló!!! Fue ese miércoles por la mañana que recién había llegado a la redacción y prendía mi computadora. Yo adorno mi cubículo con tres peluches, un porta lapiceros y mis parlantes para escuchar música continuada en un portal de internet y mientras ponía mis cosas, Waldo se acercó curioso. -¿Peluches?-, se mostró muy curioso viendo mis muñecos. Yo tenía un castor, un gorila y un hipopótamo. son mis engreídos, los que me acompañan siempre en el periódico y están allí en forma sempiterna en mi escritorio.

   Creo me puse roja como un tomate porque sentía mi cara incendiada, ardiendo en fuego y hasta percibí que me salía humo de las orejas. No sé qué balbuceé hecha una tonta porque Waldo estiró una larga sonrisa, mofándose de mi sorpresa, lo impávida que estaba y porque, creo, también, se pusieron mis pelos de punta.

   -Qué chistosos-, me dijo, con un vozarrón muy musical, agradable, varonil que me puso, de inmediato, la piel de gallina. Ufffff cómo me encantaba su sonrisa, el brillo de sus ojos,  su rostro tan masculino que me derretía como a una barra de mantequilla. Yo reía, me jalaba los pelos, golpeaba las rodillas, mis senos se habían inflado como globos y no sabía qué hacer, qué decir o cómo mirarlo. ¡¡¡Ese hombre me calcinaba por completo!!!

   -¿Cómo te llamas?-, se interesó por mí. ¡Aaaaaaaaaaay! ¿qué le digo? Me miraba y sonreía, sus pupilas destellaban fulgores y su voz me era una melodía tan suave, galante, seductora queme arrullaba y me  prendía más y más llamas en mis entrañas. -Jennifer Lucescu-, dije, al fin, hablando recién, mi primera coherencia.  

   -¿Lucescu? ¿Eres turca?-, no dejaba él de mirarme a los ojos, hipnotizándome, rindiéndome, haciéndome polvo. Yo juntaba los dientes, mordía mi lengüita, abanicaba mis ojos, seguía jalando mis pelos y mi corazón ya era un redoble intenso que, imagino, se escuchaba en la redacción entera.

   -Rumana, mis padres son de Giurgiu-, seguí parpadeando, extremadamente coqueta.

  -Ahhhhh, qué bien, yo me llamo Waldo Bonev, nací en Sofía, somos vecinos je je je-, me dijo, pero yo no le escuché lo que me decía porque mi corazón ahora retumbaba más fuerte y de repente habían estallado truenos y relámpagos dentro de mi cabeza.

  -¿Sofía es tu novia?-, pregunté hecha una boba. -No, no, ja ja ja, es donde nací, es la capital de Bulgaria-, reía él eufórico. Le había hecho mucha gracia lo tonta que estaba. Fue entonces que su jefe, Bruno Wayne,  lo llamó. -¡¡¡Bonev!!! ¡¡¡Al aeropuerto!!!-, le gritó desde el rincón donde estaba la sección deportes. Waldo me guiñó un ojo. -Seguimos hablando, Lucescu-, me dijo y se marchó. Yo me mordí la lengua impetuosa y le vi la espalda, las nalgas, las pantorrillas. ¡¡¡¡Qué hombre!!!! suspiré en medio de mi inusitado viaje por el espacio sideral.

    Cuando me volví para iniciar mis tareas estaba Alessia parada delante, con sus brazos cruzados y la naricita alzada. Tamborileaba el piso además con su pie.

   -Solo hablábamos-, me sentí descubierta. Ahora sí que mi cara era pasto de las llamas.

   -Estás haciendo el papel de tonta, toda la redacción se ha dado cuenta ahorita de que se te cae tu ropa íntima por ese chico-, me regañó ella con severidad. Alessia tenía razón. Me había comportado como una adolescente frente a su estrella de cine predilecto. -Me gusta mucho, pues-, me embocé metida entre mis hombros.

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