Waldo se quedó profundamente dormido en mi cama. Estaba demasiado cansado después de la deliciosa faena que tuvimos entregados al amor y la pasión desenfrenada, su corazón ya se había desacelerado y se quedó, allí, recostado en las almohadas igual a un tronco inerte, envuelto en los brazos de Morfeo. Yo igual estaba tumbada sobre mis almohadas, disfrutando de mis fuegos que me habían incinerado, por completo, las entrañas y me sentía muy sexy y sensual, recordando los pasajes más intensos de la tórrida velada que Waldo me hizo suya con mucha pasión y vehemencia, llevándome hasta las estrellas. Yo había quedado eclipsada varias veces entre sus caricias, obnubilada por el afán incontrolable de mi amante conquistando todos los rincones de mi anatomía, llegando a parajes inhóspitos y distantes de mi adorable geografía que, incluso, yo desconocía y que igualmente contribuyeron a llevarme hasta casi la inconsciencia.
Waldo roncaba mucho igual a un rinoceronte furioso remeciendo mi alco