Por fin Waldo terminó de escribir sus informaciones y después de lavarse las manos y la cara y cepillarse los dientes en los baños de la empresa, me dijo que ya podíamos irnos. -Se te nota muy cansada-, me dijo divertido viendo mi semblante taciturno con tantas preocupaciones y dudas que me envolvían, en torno a este extraño caso que remecía la ciudad. Subimos a su auto y nos fuimos sin mucha prisa con destino a mi casa, sin embargo, a mitad de camino, le pedí que mejor fuéramos a un restaurante.
-Necesitamos hablar-, le dije muy seria. Yo lo que quería era aclarar bien las cosas y Waldo ciertamente era una pieza de ese rompecabezas que era el caso de la bestia. Mi enamorado se detuvo, entonces, en un concurrido local de comida rápida en el centro de la ciudad. Pedimos hamburguesas y gaseosas.
-Si me vas a pedir casarme contigo, te diré que estoy disponible-, quiso ser gracioso y divertido Waldo.
Yo no tenía ganas de reír y por el contrario le conté todo lo que había encontrad