Capítulo 36

Esa tarde me dirigí a la ferretería donde Waldo había comprado los sudarios, en el centro de la ciudad. Después de driblear el intenso tránsito de esa hora y esquivar a cientos de compradores, casi después de una hora de titánica lucha, me atendió una señorita. -¿En qué le podemos ayudar?-, se mostró ella muy solícita. Estaba acostumbrada a enfrentar tanta gente pugnando por comprar tornillos, clavos, martillos, serruchos, tubos, en fin de todo.

-Bolsas de plástico gigantes, el doble tamaño que las grandes-, le dije juntando los dientes, estirando mis manos para que ella se de cuenta del tamaño que yo andaba buscando

-Ahhhh, ¿sudarios?-, iluminó su carita la vendedora.

-Sí ¿Cómo sabe usted que busco eso?-, adiviné de inmediato que ella era la que atendía siempre a Waldo.

-Un joven los compra a menudo, se lleva dos o tres, es el único que se los lleva porque casi no tienen salida je je je-, me dijo riendo.

-¿Un joven muy guapo, alto, fornido, seductor e irresistible?-
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