Capítulo 2
—Adrián, ¿qué hacemos ahora? Los invitados ya llegaron —dijo Lucía, fingiendo una inocencia angelical.

—¡Todo es culpa mía! Camila debe de haber roto el compromiso porque está furiosa conmigo… Lo siento mucho.

Al ver sus ojos enrojecidos, Adrián contuvo su furia de inmediato, y la abrazó con suavidad, acariciando su cabello negro, mientras murmuraba:

—Tonta… todo esto es culpa de Camila. Ella fue quien faltó a la boda y se fue con otro.

Lucía siguió sollozando desconsolada contra su pecho, luciendo como una víctima sufrida.

—No llores más. Sé que sientes pena por mí, pero una mujer tan vil como Camila jamás mereció ser mi esposa.

Siempre encontraba la manera de maldecirme con las palabras más despiadadas, mientras que a Lucía la idealizaba como la mujer más pura y perfecta.

Pero solo yo conocía su verdadera vileza y maldad.

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El día que me probé mi anhelado vestido de novia, Lucía insistió en que Adrián la llevara con nosotros.

Al principio no le di importancia, pero cada vez que elegía un vestido, ella me lo arrebataba como si fuera una competencia. Hasta que, al pelearme por el quinto vestido, exploté de la rabia:

—¿Qué es lo que quieres, maldita sea?

Ella me miró con una sonrisa provocadora y, tras un rato, soltó el vestido con malicia.

—Camila, ¿en serio crees que te dejaré casarte con Adrián, así como así?

Antes de que pudiera procesar sus palabras, se lanzó contra el espejo de cuerpo entero.

—¡Aaah…!

El cristal se hizo añicos mientras Lucía gritaba como loca, cubriéndose el brazo ensangrentado.

La vendedora llegó corriendo y casi se desmaya al ver el reguero de sangre.

—¿¡De donde salió tanta sangre!?

Intenté ayudar a Lucía, pero ella, entre lágrimas, gritó:

—Camila, ya te dije que te daría este vestido que te gusta. ¿Por qué me empujaste?

En ese instante, alguien me lanzó con violencia al suelo. Mareada, alcancé a ver a Adrián mirándome con rabia.

—Adrián… estoy sangrando…

—Tranquila, te llevo al hospital ahora —repuso Adrián, tomándola en brazos y llevándosela, pisándome la mano en el proceso, sin siquiera notarlo.

Grité desesperada de dolor, pero él ni volteó mirada verme.

En ese preciso momento, entendí que la diferencia entre ser amada y no serlo era demasiado obvia.

Y acepté, al fin, que siempre me había engañado a mí misma.

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Como Lucía «perdió su bebé» y «se fracturó», Adrián decidió, cruelmente, cortarme el brazo y encerrarme en un sótano oscuro, donde me torturó sin piedad.

La verdad no le importaba. Solo le importaba que supuestamente le había hecho daño a su amada Lucía y tenía que vengarse por ella.

Yo, en su corazón, no era nada.

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—¿Y ahora qué hacemos? ¡No quiero que se burlen de ti! —dijo Lucía con voz quebrada.

—Señor Mendoza, quizás podríamos… —intentó intervenir el asistente.

Sin embargo, una llamada interrumpió sus palabras.

—¿Qué? ¡¿Cómo?! —preguntó el asistente, palideciendo, antes de colgar y balbucear—: Señor Mendoza, encontraron a la señorita Camila, pero…

—¡Vamos al grano! ¿Está muerta? —inquirió Adrián, estupefacto e impaciente.

—Sí, tal y como lo imaginó se encontró su cadáver —respondió el ayudante, temblando como una hoja.

Al escuchar la respuesta, Adrián dudó un instante, pero luego sonrió con despotismo.

—¡¿Qué estupidez estás diciendo?! Lucía la vio salir con otro hombre. ¿Y ahora me dices que está muerta? ¿Me tomas por idiota o qué?

—¡No! ¡Le juro que murió! —exclamó el asistente.

Pero nadie le prestó atención, ya que Adrián había tomado a Lucía de la mano, guiándola hacia el escenario.
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