Todos se taparon inconscientemente la nariz, pero no pudieron contener las náuseas.
Lucía se quejó: —¡Qué asco! Huele un cadáver podrido.
Adrián hizo mala cara mientras seguía adentrándose en el sótano.
Aunque la oscuridad persistía, yo ya no sentía miedo.
Ya que, más que las sombras, los humanos eran aterradores.
Un haz de luz se filtraba por la rendija de la puerta, iluminando el suelo.
Cuando el asistente encendió las luces, la claridad cegadora hizo que Adrián entrecerrara los ojos.
De pronto, Lucía gritó a todo pulmón: —¡Aaah….!
Señaló con dedo tembloroso hacia un punto cercano, fingiendo pánico.
Pero su actuación era pésima, ya que claramente no pudo reprimir su risita.
Adrián miró hacia donde ella apuntaba y quedó paralizado.
‘¿Cómo no reconocería yo mi propio cadáver?’
El cuerpo, desfigurado por la pérdida de sangre, yacía allí escuálido.
Y la ropa colgaba floja sobre huesos visibles.
Partes de la piel ya estaban putrefactas, con gusanos, y un charco coagul