Adrián me fue agarrando la muñeca, pero enseguida la soltó con violencia.
Perdí el equilibrio y caí al suelo, casi sin poder respirar.
—Adrián, de verdad no fui yo —dije con voz temblorosa mientras tiraba desesperada de su camisa, pero él me apartó con fuerza.
—Camila, puedo casarme contigo, pero no sueñes con obtener más.
Luego de decir eso, salió furioso, dejándome sola en el frío suelo toda la noche.
Y ese día, casualmente, era mi cumpleaños.
Había preparado la cena, encendido velas, comprado un pastel…
Y tenía la ilusión de que Adrián llegara para celebrar juntos un cumpleaños agradable y feliz.
Sin embargo, sus palabras crueles destrozaron todas mis esperanzas.
Lo que creía un amor inquebrantable resultó ser tan frágil como el papel frente a Lucía.
Cuando en este momento lo recordé, no sentí tanto dolor.
Solo sentí una leve punzada en el pecho, y quizás esta era una señal de liberación.
—Señor Mendoza, estos son los restos de la señorita Rojas.
—¡Esto es a