Capítulo #4 Inconvenientes

Pienso detenidamente mucho en lo que va a suceder en unas horas, miro por la ventana de mi habitación y ya los invitados están llegando.

—Ame, ya los invitados están llegando. — escucho a mi hermana decirme y volteo a verla. —Me imagino que por el nerviosismo no dormiste bien, porque tienes esa cara que asustaría hasta un fantasma. — sonrío un poco con sus palabras y camino hacia ella.

—Por eso he evitado mirarme en el espejo. — le respondo y ella sonríe.

—Ven, te voy a maquillar rápido para que te arregles, todos te van a estar esperando. — me empuja hacia el asiento de mi cómoda para empezar a maquillarme.

La miro muy concentrada en su trabajo, sin tan siquiera decirme una sola palabra.

—¿Por qué te niegas tanto a aceptar a Eduardo? —le pregunto y ella se detiene un momento para después seguir.

—Porque sé que no te ama tanco como dice. — es su simple respuesta.

La mira para intentar descifrar lo que ella vio, que yo no vi, algo que me advirtiera de los verdaderos sentimientos de Eduardo.

—Eduardo nunca ha tenido ese dominio sobre ti y ni hablo de un dominio de poder, hablo de ese dominio que una persona que te ama y amas, causa sobre ti. No sé si me explico bien. La cosa es que te he visto enamorada y aunque no todos los amores son iguales, el verdadero te ayuda a levantarte y él no estaba haciendo eso. Ustedes cuando hablaban era de trabajo o de inversiones futuras, y si cambiabas a algo que te atraía, él lo llevaba al ámbito del trabajo. Tal parecía que eran compañeros de trabajo, más que una pareja que se aman. Y lo más importante es que no sonreías mucho. — termina diciendo y yo volteo mis ojos al espejo.

Anabel tiene razón, esta relación se trataba de lo que yo quería o del trabajo, nunca me decía que no y era excesivamente condescendiente conmigo, aún en cosas que en su rostro se dejaba ver que para nada le agradaba.

—Pero entiendo que así se entiendan, solo es mi opinión Ame, solo tú tienes el poder de seguir adelante y si él te hace feliz, o eso sientes, entonces yo seguiré agarrándote de la mano. — me besa la mejilla y sigue con su trabajo.

Sonrío porque así somos, aunque estemos enfadadas la una con la otra, lo dejamos a tras cuando llega alguna ocasión importante aparece en nuestras vidas…

Minutos después ya todo estaba listo, yo, principalmente estaba decidida y hermosa para la ocasión. Mi hermana salió hace unos instantes y me dejó sola, para que terminara de acomodarme.  Miro una vez más por la ventana y ya el lugar está completo de personas sonrientes. Sigo recorriendo el lugar y sonrío al ver a Draco molestando a Anabel, para al final abrazarla y darle un beso en la corona de su cabeza.

Suspiro y con fuerzas reunidas me dispongo a salir de la habitación para hacer la mayor locura que he cometido en mi vida….

Voy caminando poco a poco, con dirección a donde se encuentra el banquete y las personas, cuando me encuentro de frente con mi abuela.

—Estás, radiante. — me dice con una enorme sonrisa en sus labios y los ojos aguados.

—Gracias. — fue lo único que pudo salir de mi apretada garganta, porque a decir verdad solo quería gritarle y de una vez por toda, terminar con esta mentira. —Tengo que ir a la cocina por un vaso de agua, dile a Eduardo que en un momento estoy con él. — fuerzo una sonrisa antes de volver sobre mis pasos y dirigirme a la cocina.

Llego a la alacena y pongo mis palmas sobre la losa fría, el valor se ha drenado como agua por un agujero al vacío y solo quiero llorar.

—Dios mío, qué hago. — le pregunto a la nada y siento como mis lágrimas fuerzan su salida. — No puedo hacer esto, no cuando solo hay interés de por medio. — lucho conmigo misma, una parte quiere salir corriendo y otra solo quiere seguir adelante.

—No te estás casando, así que no deberías de tener nervios de novia. — dice su voz en forma de burla y me volteo rápidamente para encontrarme con la única persona que puede ser agitarme, pero a la misma vez darme paz.

—¿Qué haces aquí? — le pregunto intentando ocultar mi perturbación.

Me mira de arriba a abajo, detallando en mi vestido. —Tu padre me invitó. —

—Sabes a lo que me refiero. —

Da dos pasos atrás y se deja caer sobre el marco de la puerta, para cruzar sus pies y encogerse de hombros mientras los cruza también, dándole un aire despreocupado, pero a la vez algo potente debido a la ropa que trae puesta: un pulóver con una camisa negra desabrochada y unos pantalones de mezclilla negro, un atuendo algo salido a la etiqueta de un compromiso, cosa que me hace sonreír.

—Siempre en contra de las etiquetas, es bueno saber que eso no lo has cambiado. — le digo recordando las constantes luchas entre nosotros por la forma en la que se vestía para ir a una cena o a una fiesta.

—Y tú siempre tan honesta, lo único que no me agrada es que te hayas vuelto tan conformista. — me crítica y yo arrugo mi seño. — La Amelia que yo conocía no se conformaba con tan poco. — me tira y yo solo me ergo en mi postura.

—La Amelia que conocías murió cuando la abandonaste. — le acuso de regreso y el endurece su rostro.

—Te esperan afuera. — son sus últimas palabras antes de dar media vuelta y alejarse por la puerta que un minuto después estoy cruzando yo.

Las personas a mi alrededor tienen una sonrisa, son unos pocos los invitados, esa es la suerte, la mayoría son de la familia y algunas amistades.

Mantengo la misma sonrisa falsa en mi rostro para con todos, hasta que llego a mi traicionero prometido.

—Estás hermosa. — me dice antes de intentar besarme, pero yo le volteo la cara y me besa en la mejilla.

—No quiero que se me corra el labial. — uso la estúpida frase de cualquiera mujer que no quiere ser besada.

—Siempre tan al pendiente de tu estilo. — me dice y yo me obligo a sonreírle, ya no lo veo ni tan siquiera como un amigo, la visión que tenía de él, se desvaneció, para solo dejar un hombre que no me interesa en lo más mínimo.

El tiempo sigue pasando y cada vez queda menos para que se realice el anuncio de nuestro compromiso, todos a mi alrededor solo saben reír y felicitar, por mi parte solo quiero huir y esconderme. Siguiendo mis instintos trato de pasar sin que nadie me vea y vuelvo a entrar a la casa, voy directo al despacho de mi papá con la intención de tomarme un trago, algo que me de fuerzas y valor.

—Estás loca, cómo vas a estar aquí adentro y tomando, falta poco para que se realice el anuncio de tu compromiso. — entra mi hermana despavorida al despacho.

—No puedo. — es lo único que le digo al verla y dejo que mis lágrimas salgan de mis ojos. —No puedo comprometerme con él Anabel. — le digo y ella corre hacia mi con los brazos abiertos y una mirada de dolor, reflejo de la mía.

—Dios, Amelia. — es lo único que dice cuando me enreda entre sus brazos.

—No tengo el valor para renunciar, pero tampoco lo tengo para seguir adelante con esto. — le confieso y ella me mira de forma serie.

Da unos pasos lejos de mi y me mira a los ojos como buscando algo y creo que lo encontró, porque suspira y afirma con la cabeza.

—No sé qué pasó para que te echaras para atrás de tal forma, pero no te preocupes. Hoy no va ha ver compromiso Anabel, quédate aquí. — y sin más, da media vuelta y sale cerrando la puerta del despacho cerrada a su espalda.

Eso me dejó aún mucho más nerviosa de lo que yo pensaba y más indecisa, una parte me dice que debería de haber seguido adelante, mientras que la otra se encuentra aliviada.

Los nervios aumentaron y para calmarlos me sirvo otro trago, no sé qué tiempo pasa, solo sé que de un momento a otro se formó una gritería y la curiosidad pudo más que yo. Mis pies me llevaron a afuera de la casa y me encuentro con un círculo, Draco y Eduardo estaban en medio golpeándose.

La escena me dejó petrificada, hasta que alguien los separó, ya que Draco toma ventaja y le da un derechazo a su contrincante, mi prometido, y lo deja fuera de combate.

—Lárgate de aquí, eres una bestia. — grita mi abuela en dirección a Draco mientras que algunos invitados ayudan a levantar a un inconsciente Eduardo del suelo.

Draco escupe a un lado y se acomoda su ropa antes de dar media vuelta para marcharse. Su mirada se une con la mía y pasa por mi lado.

—Disculpe los inconvenientes. —  lanza una sonrisa y antes de poder decir nada, se marcha.

Yo me quedo quieta en el medio del rebullicio de personas, sin saber muy bien, qué fue lo que pasó. Alzo mi mirada hacia mi hermana y ella me mira con ojos algo abiertos por la sorpresa…

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