Capítulo #3 Compromiso

Amelia

Es la hora de la cena y todos nos encontramos reunidos, Eduardo se encuentra muy emocionado, solo habla de que todo está listo para la fecha señalada, mi abuela, ni que decir, esa es otra que sueña con ver el vestido que escogí y que desea que combinara con los vestidos que hoy escogieron. Por mi parte, solo puedo decir que por mucho que lo intento, no puedo olvidar el que a partir de mañana estaré trabajando con Draco.

—¿Amor, te encuentras bien? — me pregunta Eduardo logrando así que salga del mar de pensamientos en los que me meto.

Volteo para mirarlo y con una sonrisa sumamente forzada me dispongo a contestarle.

—Si amor, todo bien. Solo estaba pensando en cosas de la empresa. — le contesto.

—Siempre tan responsable y pensando solamente en la empresa. — toma mi mano y la lleva a sus labios para besarla. — Sé que te preocupa la empresa, pero me gustaría que por lo menos en estos dos días le dedicaras más tiempo a nuestro compromiso. — concluye diciendo y yo afirmo con la cabeza.

Eduardo tiene razón, lo más importante en este momento debería ser para mí, nuestro compromiso y nada debería opacar esa felicidad, ni siquiera el regreso de un hombre que significó mi todo en un tiempo atrás. Es por ello por lo que me centro en lo que están hablando y participo en la conversación sobre mi futuro compromiso.

Así es, Draco es, como dijo mi padre, solo el pasado de un amor de juventud, Eduardo, es mi presente y mi futuro…

—Ya queda poco para el gran día. — me dice Eduardo una vez que estamos solo en la entrada de la casa.

—Así es. — le sonrío y lo abrazo para intentar fundirme en él, una forma de escapar de todo el tormento que tengo en mi cabeza.

—Nos vemos mañana. Te amo. —me dice antes de darme un beso que la verdad no me hace sentir muchas cosas.

—Ten cuidado al regresar. — le digo de vuelta cuando termina de besarme, quiero poder decirle que lo amo de regreso, pero la realidad es que no salen de mí esas palabras.

Nos despedimos con unas palabras más antes de verlo alejarse por el camino en su carro. Suspiro sintiéndome agotada por el día que he tenido y ya el estrés está haciendo estragos.

Entro en la casa y me voy soltando el pelo para ver si de alguna forma siento alivio en mi cabeza. Subo las escaleras hasta mi cuarto y antes de poder cerrar la puerta veo a Anabel caminando hacia mi.

—Entra. — es lo único que digo antes de darle la espalda y dejar que ella cierre la puerta, mientras yo me decido a desvestirme para ponerme el piyama.

—Papá me contó. — me dice y yo solo asiento con la cabeza. —Amelia, sabes que no me gusta discutir contigo, lo de esta mañana solo fue un impulso porque sé lo que en verdad sientes. —

—No puedes saber lo que yo siento Anabel, tienes que entender que entre Draco y yo no hay nada, solo es pasado, Eduardo es mi presente. — le respondo de forma seria.

—De acuerdo, respeto tu decisión. — volteo a verla y ella me mira con lástima, cosa que no me gusta.

—Entonces no me mires de esa forma. —

—Dije que respetaba tu decisión, no que esté de acuerdo con ella. Si quieres casarte con una persona que no te ama tanto como te dice y que menos lo amas tú, ese es tu problema. —

—Por supuesto. —

—Perfecte, como dije ese es tu problema, tu decisión y la respeto, a cambio respeta mi decisión de no aceptar a Eduardo como mi familia. — son sus últimas palabras antes de voltear e irse, para dejarme con un sabor amargo en la boca…

Me miro en el espejo por última vez, detallando que no tenga ninguna arruga o imperfección en mi vestimenta, aunque quiero evitarlo no puedo dejar de sentirme nerviosa. Miro mi rostro y con el maquillaje no dejé muestra alguna de las ojeras que tengo como resultado de la mala noche que pasé.

Bajo las escaleras y todavía no hay nadie en el comedor, es mejor así, de esa forma no tengo que darle explicaciones a nadie. Salgo despavorida en busca de mi auto, con la intención de que comeré algo por el camino o en la misma empresa.

Llego al edificio que será mi nuevo lugar de trabajo, parqueo y me dirijo a la entrada, observo todo a mi alrededor y el lugar es sumamente elegante y bonito, con un aire de tranquilidad enorme. Voy a la recepcionista y sin tan siquiera decir mi nombre ya la muchacha sabía quién era yo, por lo que me da las indicaciones para que fuera hasta la oficina de Draco.

Llego hasta la puerta y en todo el camino no pude no darme cuenta por la cantidad de personas que me miraban de forma extraña y con curiosidad.  Quitando eso de un lado, toco la puerta de forma ligera pero firme y no tardo en escuchar un “pase” desde adentro. Respiro profundamente y entro con una postura erguida.

—Buenos días. — me dice nada más ve.

Lo miro y no puedo negar que el verlo me hace sentir algo en mi estómago. Tan guapo como siempre, o más que antes. Tiene el cabello más largo que antes y una barba que lo hace ver mucho más varonil que antes.

—Buenos días. — le contesto al cerrar la puerta y caminar para sentarme en uno de los muebles que hay en frente de su escritorio.

—Te esperaba más tarde. — me confiesa.

—Tengo que adelantar lo que más pueda hoy, mañana no vengo y quiero estar lo más actualizada que pueda con respecto a esto. —

—Por lo del compromiso. — comenta con voz tensa y yo me le quedo mirando. —Tu parde me lo dijo, de paso me invitó. — se explica y yo asiento con la cabeza.

Por Dios cómo es posible que me esté pasando esto.

—Eres bienvenido. — le miento de forma amable. —Bueno, comencemos con el trabajo. — le apuro porque de alguna forma su mirada hacia mí me hace sentir algo incómoda.

Todo el día se resumió en Draco enseñándome mi nueva oficina, la cual decoró a mi gusto y lo relacionado con lo que la empresa hace, llegando a la cuestión de lo que vine hacer, el problema con los contratos y los negocios que han salido de buenas a primeras.

Estoy agotada, física y mentalmente, nunca he tenido tantos problemas para concentrarme en algo como lo fue hoy en compañía de Draco y sus miradas.

—Ya me marcho. — le hago saber y el levanta su mirada seria, la cual cambia cuando me ve.

—De acuerdo, que descanses. — se despide y de alguna forma veo la nostalgia en sus palabras.

—Igualmente. — nunca quise herirlo, pero así es la vida, cada uno sigue su camino.

Llego a casa antes de lo normal y veo el carro de Eduardo, lo que me deja saber que está en la casa. Entro en mi hogar y se encuentra en completo silencio, excepto unas voces que salen de la oficina de mi papá. Sigo tras ellas y me doy cuenta de que es Eduardo con mi abuela, los que están hablando.

—Todo ha sido con gran sacrificio, pero casi, casi cumplimos nuestra meta. — escucho a mi prometido decir, lo que me hace lo que me hace fruncir el ceño.

—Muchos años estuve detrás de ella para que sentara cabeza y de una vez por todas se casará, pero una vez tras vez me decía que no, que dejara de buscarle pretendientes, que nunca se casaría con alguien de forma impuesta, y ya vez, le encontré el novio que tanto quería. —

—Es que tiene buen ojo Doña. — ambos ríen y yo me quedo algo aturdida. —Pronto su deseo será concebido y yo, yo obtendré lo que tanto he querido. Ambos ganaremos, su nieta obtendrá un marido y yo obtendré una esposa y el capital para la empresa de mi familia. — le responde Eduardo.

—Espero que trates bien a mi nieta, es dura, pero tiene un corazón de oro. Esperemos que nunca se entere de esto porque de lo contrario, ni pensar en lo que podría hacer. —dice mi abuela y yo siento mis lágrimas correr por mis mejillas.

—Por mi parte, nunca se enterará. —

—Perfecto, ahora solo queda esperar porque pronto pueda ver a mis bisnietos. — ríe mi abuela.

—Así será Doña, no se preocupe. — le responde su cómplice para dar paso a la risa de celebración de ambos.

Doy media vuelta y me voy sin que me vean, subo a mi cuarto y cuando cierro la puerta me permito llorar más libremente.

—¿Por qué me hacen esto? — pregunto a la nada en busca de respuestas. —¿Cómo es posible que mi propia abuela me esté haciendo esto a mí? — lloro y me lanzo a la cama para taparme la cara con una almohada y gritar hasta que la garganta me arde, hasta que me duele de tanto gritar.

No sé qué tiempo transcurre desde que estoy arriba de la cama, mirando al techo, sin tener un solo pensamiento coherente.

—Ame. — me llama mi hermana y yo solo cierro los ojos. —¿Estás bien? — me pregunta y siento como la cama se hunde con su peso. —No bajaste a comer, Eduardo quería subir, pero yo no lo dejé. — me acaricia mi cabello.

—Está bien, gracias. — le dije.

—Sabes que puedes contar cuando quieras conmigo. Te cubriré, les diré que estás dormida. — me besa y la escucho marcharse.

Mañana será un nuevo día, solo tengo que respirar y dejar que llegue la salida del Sol. Mañana pondré fin a toda esta falsa que me rodea.

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