Con una velocidad sobrenatural, el asesino se lanzó. No corrió, sino que se deslizó, su cuerpo se movía con una gracia mortífera, sus pies apenas tocaban el suelo. Llevaba una hoja curva, de obsidiana, que brillaba con una luz extraña.
—¡Corran! —rugió Sobek, interponiéndose entre Menna y el asesino. Desenvainó su cuchillo, su rostro curtido por la batalla era una máscara de determinación.
Sobek se enfrentó al asesino. El barquero era fuerte, experimentado en la lucha, pero el asesino era más rápido, sus movimientos eran como los de una serpiente. La hoja de obsidiana del asesino se movió con una precisión mortal, esquivando los golpes de Sobek, lanzando ataques rápidos y silenciosos. Sobek, aunque valiente, estaba en desventaja. La lucha fue brutal, rápida. El sonido metálico de las hojas chocando resonó en las ruinas.
—¡Menna, Hapy! ¡Corran! —gritó Sobek, su voz era un jadeo, mientras intentaba contener al asesino.
Menna no lo dudó. Tomó a Hapy en brazos y corrió. Se lanzó entre las