Menna estaba sentado en el suelo, con las rodillas pegadas al pecho, su espalda apoyada contra la pared fría. Sus ojos, antes vibrantes y llenos de fuego, ahora parecían absortos en alguna pesadilla invisible. La poca luz que se filtraba por una rendija en lo alto de la celda apenas iluminaba su rostro, demacrado por el encierro y el dolor. Levantó la vista al escuchar el crujido de la puerta, y una chispa de sorpresa cruzó su mirada al ver a Hesy.
—Capitán Hesy —murmuró Menna, su voz apenas un susurro. La esperanza, que él creía extinguida, parecía parpadear débilmente en sus ojos.
Hesy entró en la celda. El guardia cerró la puerta tras él, sumiéndolos en una intimidad tensa y lúgubre. Hesy se agachó, sentándose frente a Menna, ignorando la frialdad del suelo.
—Arquitecto Me