Capitulo 17

El sol se filtraba apenas por una pequeña rendija en lo alto del muro. En el sombrío aislamiento de la Prisión del Faraón, los días se confundían con las noches para Menna. El silencio era casi tan asfixiante como el calor del desierto, solo roto por el constante goteo de agua en un rincón y los pasos lejanos de los guardias.

Menna se sentaba en el frío suelo, con las rodillas pegadas al pecho, sus ojos fijos en la nada. La imagen de Neferet, tan vibrante y llena de luz, ahora se sentía distante, casi irreal, como un sueño que se desvanecía con cada hora que pasaba. Se preguntó si ella habría recibido la noticia de su destino. La sola idea de su dolor le oprimía el pecho.

Un día, un carcelero de rostro adusto le arrojó un mendrugo de pan y un cuenco de agua. Era un hombre fornido, con una cicatriz que le cruzaba la ceja, y una mirada que no prometía compasión.

—Come —gruñó el carcelero—. El Faraón no quiere un cadáver en su prisión.

Menna esbozó una sonrisa irónica como si no supiera
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