Con manos temblorosas, Menna tomó el rollo superior. Desenrolló un fragmento, y sus ojos se posaron en las columnas de jeroglíficos. Fechas. Cantidades. Calidad de los materiales. Los números no mentían. Las discrepancias eran enormes. El visir había estado robando cantidades masivas de recursos, reemplazándolos con materiales inferiores o simplemente desviándolos para su propio beneficio. El derrumbe no había sido un accidente; había sido una consecuencia inevitable de la avaricia.
—Aquí está —dijo Menna—. La prueba de su traición.
Pero la alegría duró poco. Apenas habían examinado los primeros rollos cuando escucharon un sonido. Un crujido metálico, distante. Como el sonido de una armadura.
—¡Menna! Hay alguien más en los túneles.
El eco de los pasos se acercaba. La luz de una lámpara, más brillante que la suya, parpadeó en la distancia.
—¡Rápido, Bek! —dijo Menna, enrollando los pergaminos a toda prisa—. Debemos salir de aquí.
Pero el cam