La mañana en la mansión Brévenor comenzó con un desayuno servido en la habitación de Valeria, por supuesto. Gabriel, su espía interno, les informó por mensaje: "Esteban está en el comedor, parece un trueno. Los 'ruidos salvajes' de anoche no le cayeron nada bien."
Mauricio y Valeria se miraron y soltaron la risa ahogada que llevaban conteniendo. La tensión se transformaba en una complicidad divertida.
—Bien —dijo Valeria, secándose una lágrima de risa—. Es hora de bajar el telón. ¿Listo?
Con una sonrisa pícara, Valeria tomó su lápiz labial y, con precisión de artista, le estampó un perfecto y amoratado "chupetón" en el cuello de Mauricio, justo por encima de la línea del cuello de la camisa.
—¡Ay! —exclamó él, fingiendo dolor—. Eso debe de haber sido anoche, no me acordaba.
Bajaron con cuidado, desarreglados y radiante de una felicidad falsa pero convincente. Valeria llevaba una bata de seda sobre su camisón, y Mauricio, la camisa desabrochada, lucía su "trofeo" con orgullo.
Esteban l