Problemas y más Problemas.
El martes comenzó con una calma extraña, de esas que anuncian tormentas invisibles.
La oficina estaba más silenciosa de lo habitual, como si las paredes aún conservaran el eco del fin de semana que ninguno de los dos, ni Valentina ni Alexander, podía borrar de la mente.
Alexander había llegado temprano, puntual como siempre, pero con una tensión que no supo disimular.
Había pasado la noche repasando cada instante junto a ella: la manera en que su cabeza descansaba sobre su hombro, el calor de su piel, el beso leve que se atrevió a darle antes de que el día terminara.
Un gesto simple, casi inocente, pero que había dejado una huella indeleble.
Cada vez que cerraba los ojos, la veía sonreír. Y cada vez que la recordaba, sentía cómo el control, ese que había defendido durante años, comenzaba a resquebrajarse.
Cuando Valentina entró a la oficina esa mañana, algo en él cambió. Ella vestía de forma discreta, con una blusa marfil y una falda ligera que se movía al ritmo de sus pasos. Llevaba