Estaciono el auto a un par de cuadras de la casa. Hay demasiada seguridad como para arriesgarme a que me vean. No me queda más opción que dejar esto en manos de esta estúpida.
―No lo olvides, Dee-Dee, si dices algo o haces cualquier movimiento para alertar al equipo de seguridad que vigila la casa, te juro que acabaré con la vida de tu hija. No me pongas a prueba. Tú, mejor que nadie, sabe que no tengo mucha.
Sonrío con satisfacción. Esta chica fue uno de los mejores revolcones de mi vida.
―Por favor, no le haga daño a mi hija ―me fastidian los dramas―. Puede hacer conmigo lo que quiera, pero deje a mi nena tranquila ―se limpia los mocos con el dorso de su mano―. Haré lo que usted me pida.
Ruedo los ojos.
―¡Deja la puta lloradera, o se darán cuenta de lo que está pasando, maldita estúpida! ―estoy a punto de creer que esta fue una muy mala idea―. No salgas de allí sin mi mujer, o te prometo que no volverás a verla.
Asiente en acuerdo. Se limpia las lágrimas, se coloca los anteojos y se