Respiro profundo debido a lo nervioso que estoy. Miro el reloj nuevamente y me preocupo de que ella aún no haya aparecido. Me acomodo la corbata y remuevo el nudo, porque me cuesta respirar. ¿Por qué demonios tarda tanto? Pensé que esto sería rápido, que en menos de media hora tendría en mis manos el certificado que la acreditaría como la señora Reeves. Mía.
―Tranquilo, señor, aparecerá en cualquier momento ―me indica mi buen amigo, Alfred, que está parado a mi lado observando la estúpida manera en la que estoy actuando―. Recuerde que es un día muy especial para ella y, toda mujer que está a punto de casarse, quiere verse preciosa para el hombre que se convertirá en su compañero para el resto de su vida.
Para el resto de mi vida. Aquella frase me hace sentir pletórico, dichoso, diferente. Respiro profundo y concuerdo con un asentimiento de cabeza. Elevo la mano y me froto el cuello. Debo aprender a tener un poco de paciencia. Ella aceptó ser mi esposa, incluso, ignorando la boda de sus