Sentada frente al tocador, observo en el espejo el reflejo de la chica de ojos café que me mira con una expresión triste y desolada. Elevo la mano y, acaricio con la yema de mis dedos, la piel debajo de ellos. Me veo tan diferente, y no me refiero solo a mi apariencia, sino a lo mucho que me han hecho cambiar los golpes que he recibido de la vida. ¿A dónde fue su sonrisa? ¿En qué momento de su vida perdió sus ilusiones y esperanzas?
La Rachel que conocí dejo de existir por completo. Ya no queda nada de ella. Ahora soy la burda sustituta de una mujer que murió y que ahora revivió en los despojos de una chica herida, engañada, humillada y lastimada. ¡Qué ironía! Ahora me hago llamar Isabella De Lucca, la esposa del fiscal más importante de Nevada.
Ya ni siquiera conservo la frescura de aquella chica inocente y dulce que esperaba muchas cosas de la vida. Que cada noche se acostaba mirando al cielo a través de la ventana y esperaba entusiasmada a que una estrella fugaz apareciera para pedi