Mundo ficciónIniciar sesiónEl velorio de Johanna fue tan íntimo y emotivo como lo había sido el de la madre de Brenda. No hubo grandes ceremonias ni multitudes; solo un puñado de rostros conocidos y un silencio pesado que parecía envolverlo todo.
Según los forenses, Johanna había muerto a causa de un paro cardíaco.
Brenda no les creyó ni por un segundo. Algo en su interior sabía que aquella explicación resultaba demasiado conveniente, demasiado simple para una muerte tan repentina. Sin embargo, nada podía hacer ya. Johanna se había ido, y le tocaba enfrentarlo sola. Así que, con el corazón hecho trizas, utilizó el seguro que su madre había dejado para emergencias como esa, y cubrió con él los gastos del funeral.
La hija de Johanna tampoco estaba allí. Hacía meses se había marchado del país, escapando hacia un futuro que esperaba encontrar en tierras lejanas —Tailandia o quizá los Emiratos Árabes—, muy lejos de sus verdaderas raíces.
Desde el momento en que la hija de Johanna supo que no podría concebir hijos para continuar con el linaje de su familia, la comunicación entre ambas se quebró por completo. Hubo un tiempo en que Brenda y su madre hicieron lo posible por ayudar a Johanna a recuperar el vínculo con su hija, pero todos los intentos fueron inútiles. La joven simplemente no quiso volver a saber de ella.
Jo cayó en una profunda tristeza por esa ruptura. Sin embargo, con el paso de los años, el cálido amor de un hogar verdadero —ese que Brenda y su madre le habían ofrecido sin condiciones— terminó por aliviar la herida, aunque nunca llegó a borrarla del todo.
Por eso, Brenda no dudó en usar el seguro de vida que su madre había contratado para emergencias. Aquel seguro solo podía utilizarse una vez, sin posibilidad de devolución ni reclamo posterior. Pero no le importó. Johanna había sido más que una nana: había sido parte de su familia. Negarle un descanso digno habría sido un acto egoísta, y Brenda no estaba dispuesta a fallarle de esa forma. Quería honrarla, despedirla con respeto y rodeada de las personas que más la habían querido en su trabajo.
Cuando el velorio terminó, comenzó a llover. Brenda, el jardinero y el chofer regresaron en silencio a la mansión. La tristeza se coló por cada rincón de la casa, instalándose como una sombra que nadie se atrevía a espantar. Y aunque Brenda había logrado esbozar una sonrisa durante un par de horas, aquella fugaz felicidad se desvaneció pronto, como una página que intenta pasarse sola… pero que se arrepiente a mitad de camino y vuelve a quedar abierta en el mismo punto doloroso de siempre.
Esa noche, Brenda volvió a dormir en su habitación, su cama nueva estaba lista para recibirla. Pero Brenda no deseaba dormir, con tan solo cerrar los ojos, se rendía. Desgraciadamente, tuvo que dejar encendida la televisión el resto del tiempo para así conciliar el sueño, pues hubo un instante en que fue complicado para ella cerrar los ojos, y no dejar de ver la triste escena de Johanna muerta, con el cremador metiendo su cuerpo en medio de un horno caliente para personas como si ella fuera comida que quería preparar allí para cenar.
Para Brenda fue tan frustrante esa dolorosa situación que tuvo un pensamiento que no la dejó vivir en paz por varios días más tarde; se sentía culpable por la muerte de Johanna.
¿Cómo no sentirse así si por el despertar de lo que sea que la estuviera dominando en ese momento luego del sueño que tuvo con su madre en dónde precisamente le prometía que su vida cambiaría para siempre a su debido tiempo?
Los días siguientes fueron pesados y duros para ella.
Brenda tuvo que acostumbrarse a una vida donde ya no había nadie quien la pudiera atender a como solían hacer desde un principio. En casa, ya no había servidumbre, los servicios públicos rindieron cuentas hasta que, misteriosamente, la tarjeta de crédito de su madre se quedó sin saldo, pues el banco se encargaba de pagarlo todo de manera automática de tal manera que su madre jamás tenía que preocuparse porque se le olvidaron las fechas de pago.
Pero, poco a poco, se fue cortando la luz, ahora, Brenda usaba velas, luego se fue el agua, y Brenda tenía que ir a la tienda más cercana a comprar litros de agua que pudiera usar para sus necesidades básicas. También tenía que comprar la comida que le saliera más barata, e incluso, fue vendiendo sus pertenencias más costosas, salvo por una en especial: un collar de dije de ángel de oro que su madre le había regalado para su cumpleaños número dieciséis.
Aquel era su único recuerdo de una vida especial y de comodidades y de mucho amor.
Evidentemente, Brenda no se desharía de él por nada del mundo.
Así le ofrecieran una millonada por él.
Cada día que pasaba, la situación se ponía mucho más difícil, y entonces, desgraciadamente, Brenda se vio en la necesidad de hacerlo, decidió conseguir rápidamente un trabajo que pudiera ayudarla a sobrevivir mientras se recuperaba de la millonaria deuda que su tía le dejó.
Sin embargo, nadie quería darle trabajo.
Algunos excusaban la falta de experiencia.
Otros su físico porque de su presencia dependía una buena impresión del lugar donde estuviera.
Después de un largo día de búsqueda de trabajo, sufriendo por conseguir un transporte que la llevara, finalmente, Brenda llegó a casa.
Estaba exhausta.
Quiso buscar comida, pero no consiguió nada.
A duras penas, consiguió un par de huevos que fritó en una cacerola, y, además de ello, preparó acompañó con agua fría.
Después de comer, fue a ducharse, el agua comenzaba a acabarse.
¿Cómo rayos iba a bañarse si ya no tenía dinero nada más que para los pasajes?
No tenía a nadie más que pudiera ayudarla.
Fue entonces cuando recordó el don tan especial que había recibido de parte de su madre luego de su visita en el sueño más hermoso de toda su vida.
Su don tendría que servirle de algo, no lo podía desaprovechar.
Fue así que sonrió de oreja a oreja, y dando saltitos, fue a su closet.
Algo tendría que encontrar allí que le sirviera.
¡Maldición! ¡Por culpa de su desgraciado maldito sobrepeso, nada de su poca ropa que le quedaba de antes le servía!
Decidió buscar en internet, pero aquello que quería comprar valía más de cien dólares.
¿Cómo lo conseguiría?
No había más opción.
Tenía que arriesgarse.
Pero, ¿Arriesgarse a qué?
Brenda se preparó, volvió a salir de casa.
Caminó y caminó hasta que llegó al centro comercial.
¿Por dónde comenzaría?
Miraba para todas partes, sentía que la gente la observaba como si ya supieran lo que ella estaba por hacer, y estaban alertas a cualquier cosa que pudiera suceder.







