Mundo ficciónIniciar sesión—Mm… mi niña, no estoy segura de que sea buena idea abrir esos papeles —dijo Johanna con cierta inquietud—. ¿Y si son documentos privados de tu tía? Tal vez los escondió así porque no quería que nadie más los viera…
Pero Brenda no escuchaba razones. Su terquedad era legendaria, y más aún cuando algo despertaba su curiosidad de esa forma tan visceral. Tener aquellos sobres manila entre las manos era como sostener un imán gigantesco: sentía que algo la atraía con fuerza inevitable, como si una energía invisible la empujara a descubrir la verdad, sin posibilidad de retroceder.
¿Qué podía ser tan importante como para que Ángela lo ocultara con tanto esmero? ¿Qué clase de secreto necesitaba ser escondido de una manera tan calculada, casi criminal?
—Jo, ¿podrías ir a la cocina y traer algunos bocadillos, por favor? —pidió Brenda, dejando escapar un suspiro de fastidio—. Esta será una tarde larga de limpieza en esta maldita habitación…
Mientras hablaba, la tijera ya estaba cortando la cinta del sobre que sostenía con firmeza. Y, una vez lo abrió, ya no había vuelta atrás.
Johanna no añadió nada. Solo asintió y salió rumbo a la cocina, dejándola sola el tiempo justo… el tiempo suficiente para que Brenda descubriera una verdad más oscura de lo que jamás habría imaginado.
Por culpa de su tía, lo había perdido todo.
Su casa estaba hipotecada hasta el cuello debido a las deudas que Ángela había acumulado tras malgastar las cuentas bancarias de Gabriella. Su obsesión enfermiza por comprar, aparentar y presumir había destruido poco a poco la fortuna familiar. Se había convencido de que el dinero nunca se acabaría, y con esa absurda seguridad, dilapidó lo que no le pertenecía de la forma más irresponsable y sucia posible.
Y había más.
Entre los papeles también encontró deudas de Ángela con varios casinos. De pronto, todo encajó: ahora comprendía por qué su tía salía todos los días después de las siete de la noche y no regresaba hasta la madrugada. No eran compromisos sociales. No eran reuniones. No era “trabajo”.
Eran apuestas. Eran pérdidas. Era destrucción… que alguien más tendría que pagar.
La desilusión terminó de romperla cuando leyó el último documento: su tía había vendido, sin remordimiento alguno, la empresa que su madre había construido con años de esfuerzo. Lo hizo a escondidas, sin consultarle nada, sin informarle, sin siquiera tener la decencia de dividir las ganancias como correspondía por derecho. Así, descaradamente, había arrebatado lo único que quedaba del legado de Gabriella.
Brenda sintió un nudo brutal en la garganta.
¿En qué momento Ángela se convirtió en una mujer capaz de tanto egoísmo, ambición y sed de poder?
¿En qué instante su corazón se volvió tan frío como para destruir todo lo que su propia hermana había dejado?¡Era su hermana!
¡La misma mujer que algún día juró proteger la memoria de Gabriella!¿Cómo había sido capaz de traicionarla de una forma tan baja?
Otra vez, la ira se apoderó de Brenda, furiosa y salvaje, como un demonio decidido a tomar forma en un cuerpo humano. No lo notó de inmediato, pero su piel comenzó a desprender una especie de llama ardiente, un fuego que brotaba con fuerza desde lo más profundo de ella… aunque no la quemaba. Para Brenda, ese fuego no existía; no lo sentía, no lo veía, no lo comprendía.
Pero para Jo, que acababa de entrar con una bandeja llena de bocadillos, la escena fue demasiado real. El impacto fue tal, que la bandeja se le resbaló de las manos y cayó al suelo con un estruendo metálico. Sus ojos se abrieron desmesuradamente al ver a su niña envuelta en aquellas llamas imposibles, como si la rabia misma hubiera decidido manifestarse alrededor de su cuerpo.
La comida había quedado destrozada en el suelo.
Brenda continuaba furiosa, tirando con ira hacia todas partes cada uno de los papeles que agarraba de los sobres que faltaban por revisar y se posaban aún en el interior de la caja. De hecho, hubo un momento donde la caja terminó tirada al suelo, casi dañándose.
Jo se había quedado en shock, pero luego, su cuerpo cayó al suelo, ella se había quedado inconsciente.
Minutos después, Brenda logró despertar a Jo con ayuda de un algodón bañado de alcohol que la puso a oler para que despertara pronto.
—¡Jo! ¡Qué bueno que despiertas! ¿Qué fue lo que te pasó? ¿Estás bien? ¿Quieres que te lleve al médico para que te revise?—sugirió Brenda cuando vio que la nana abría lentamente los ojos.
Pero Jo estaba demasiado asustada para hacerle caso a Brenda. Atemorizada por lo que había visto, se puso de pie como pudo y salió corriendo del cuarto, usando las pocas fuerzas que le quedaban para encerrarse en su propia habitación. No volvió a salir de allí en los siguientes tres días.
Durante ese tiempo, Brenda se las arregló sola. Se dedicó a los quehaceres que alcanzaba a hacer: preparó las comidas, lavó los trastes, mantuvo su habitación impecable y hasta se encargó de preparar el café para el chofer y el jardinero. A veces, el café le quedaba demasiado aguado, pero tras un par de intentos más —y gracias a su terquedad— logró preparar una taza tan deliciosa que Anderson, al probarla frente a ella, aseguró que era el mejor café del mundo.
—Jo, por favor. Sal. Tienes que comer, no puede seguir así. No entiendo por qué estás evitándome de esta manera, pensé que eras como mi abuelita—dijo Brenda con tristeza desde el otro lado de la puerta de la habitación de Johanna, cuando fue a llevarle un sándwich con café para que desayunara.
Johanna continuaba sin querer responder.
Por un momento, un silencio incómodo envolvió toda la casa.
Ya era suficiente. Johanna jamás se había comportado de esa manera, y Brenda lo sabía mejor que nadie. Había llegado el momento de averiguar qué estaba ocurriendo para que la mujer encargada de la casa —y la única que siempre había velado por ella— se negara ahora a mantener el más mínimo contacto o palabra.Brenda suspiró. No tenía a la mano la copia de la llave de la habitación de Johanna —suponía que la nana la había dejado bajo llave para impedir que cualquiera entrara sin su permiso—, así que decidió actuar. Alzó la mano hacia la perilla y, con un delicado uso de la telequinesis que apenas empezaba a dominar, logró abrir la puerta sin demasiado esfuerzo, algo admirable para una principiante.
La puerta se abrió de golpe, dándole a Brenda el tiempo justo para colarse en la habitación antes de que Johanna pudiera negarle el paso. Pero fue entonces, justo en ese instante, cuando Brenda lo descubrió todo. Y una vez más, su mundo se vino abajo. No había nada ni nadie que pudiera ayudarla a recuperar lo que acababa de perder.







